¿Y de qué hablamos ahora? Acaso de las pausas temporales o del eterno silencio de las palabras, que siendo de simple entender, no son aceptadas por el corazón que se enterca tanto en sufrir, al no aceptar que el pensar, cuando una herida no deja de doler, sólo puede generar el mismo padecer que dio origen a la soledad que se quiere establecer.
¿Y ahora qué hacemos? Acaso esperar pacientemente a que el corazón deje de latir, pensando que sólo así, la herida puede sanar, en la falsa idea de que cuando el supuesto mal sentir deje de existir, se pude vivir al despertar de un buen sueño convertido en pesadilla.
Si el viento rompe el silencio del entorno ausente, al toparse con la montaña aparentemente inerte y nos permite así la gracia de escuchar el concierto de las canoras aves, cuando los primeros rayos del sol desplazan la oscuridad del pensamiento, cuando todo parece muerto por verse todo gris, desde adentro de la humanidad, cuando el desaliento, quiere desaparecer la esperanza.
Si el calor del cuerpo, y el brillo de la mirada se pierden en la nada de tanto buscar el motivo que ocasionó el pesimismo, que viaja sin tener una respuesta y tiene como meta una, ante el esfuerzo fallido, permitirse la retirada, para que las palabras que llegan al corazón se queden sin morada, suspendidas en el espacio entre el origen y la nada.
Tal vez, el tiempo dedicado a tan singular esfuerzo ha hecho de cada palabra un ladrillo, para edificar la muralla que entre lo insistente y lo cierto, tal vez es todo un largo sueño que no tiene un despertar, un mañana, tal vez, sólo baste escuchar una sola palabra, para descansar del desastre de caer y levantarse y no saber el porqué, cuando en realidad todo es tan sencillos que sólo nos costaría escuchar.