Y me dijiste aquel venturoso día, que yo tenía la capacidad de ver más allá de lo que ve la mayoría, más sé bien, que no te referías con ello a que fueran mis ojos la ventana para apreciar frente a mí, la fuente de la energía más pura que me hace vivir; y me dijiste también, que me regalaste ese preciado don, porque cuando fui ciego en la ocasión, sólo quería ver lo que a mí me mente le convenía, más no la verdad que es el motivo de la misión que me habrías de encomendar, para apreciar en tiempo, persona, el amor y la bondad que emana de Ti, para sanar y salvar a todo aquel que se encuentra perdido; y todo ello me lo dijiste directamente al corazón, porque suele pasar que el oído, sólo podría captar lo que la mente quería.
Y me dijiste, llena todos tus momentos vacíos con los recuerdos felices que pasaste a mi lado, y no se han perdido en el desierto de la soledad persistente, que te quiere abordar cuando te sientes alejado de mí y te sientes por demás triste y desvalido.
Y me dijiste también, que habría que soportar el malestar que me hicieran pasar los que buscan afanosamente desquitar su frustración en la vida con las personas que no les desean el mal, porque su amor nos les permite dañar a quienes suelen abusar de su debilidad.
Todo eso lo entendí, aunque en ocasiones, mi calidad de mortal me hace declinar a cumplir tu divina y santa voluntad, porque no he podido lograr hacer del dolor una entrega total como tú siempre lo hiciste.
Por eso hoy, con toda humildad te respondo con el mismo amor que tú sientes por mí, porque en ti confío y a tú pregunta, cuando me ves dudar, siempre respondo con el corazón en la mano: Jesucristo, señor y dador de vida, vencedor de la muerte y salvador de la humanidad, tú eres la luz del mundo y creo en ti.
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