Cuando me extravío en las cosas del mundo, mi mente está sumamente distraída, y alejado por ello se encuentra mi espíritu del espacio vital, donde fluye la energía indispensable que establece la comunicación divina, generadora de bienestar y la paz interior; mas, el extravío, no suele ser definitivo, pues la fuerza que emana del Creador de todas las cosas en el universo, tiene el poder para acortar o alargar, a voluntad, las distancias y el tiempo, para hacer oír a los sordos y hacer ver a los ciegos, para regresar el habla al mudo, y hacer caminar al paralítico; lo imposible no existe para el Señor Nuestro Dios, y mi libre albedrío está prendido de un sublime lazo de amor que tiene su principio y su fin en el Sagrado Corazón de Jesús, y mi voluntad se encuentra siempre dispuesta y en eterna lucha, por ser fiel a su voluntad; por eso, cuando me extravío en las cosas del mundo, a una señal de mi Salvador, regreso; regreso en el llanto del niño, en el dolor de mi prójimo, en la soledad del viejo, en el olvido que embarga y entristece, en mi sordera, en mi ceguera, en mi silencio y en mi inmovilidad espiritual, y de aquella fuente de agua viva, de inagotable torrente, surge más fresca que nunca la alianza bendita. Señor, nunca has estado lejos, estás precisamente donde la humanidad te necesita, en el corazón de los que creemos en ti y en el corazón de aquellos que aún no te encuentran.

¿Acaso lo que expreso le resulta inapropiado? ¿Acaso no está el mundo inmerso en una convulsión interminable? ¿Acaso no es el hombre un lobo para hombre?

No me pregunten por qué lo hago, pregúnteselo ustedes mismos, y si aún les cabe la duda, pregúntenselo a Dios, porque yo, entre mi fatiga y mi vigor, mi vigilia y mi sueño, sólo cumplo con la divina voluntad de mi Señor, y si lo dicho diera lugar a ser calificado como desvarío, pregústense primero si no exhibe el mundo todos los días la locura de aquellos a los que hemos obsequiado, sin meditar, nuestra voluntad, para acatar la de ellos sin chistar.

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos y humildes, porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3-10)

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