Erase ésta una plática del ayer entre dos amigos, cuando los dÃas eran largos como la espera que da la incertidumbre, o tan cortos, como la inmovilidad que causa la tristeza que se va cargando a cuestas por la indeseable melancolÃa.
De olvidar, olvido, dijo uno de ellos, el de ánimo más que deprimido, esto, por estar enamorado y no ser correspondido; pero ¿cómo le digo al corazón que late más que apagado por estar tan resentido, que olvide lo que se ha vivido? Es como decirle a una herida que tenga compasión, y no deje en la superficialidad de la piel, la cicatriz de su recuerdo, sin tomar en cuenta la profundidad de lo sufrido.
De olvidar, olvido, pero ¿qué es lo que debo de olvidad? mi estimado amigo, ¿Acaso es la mente la causa del tormento, por crear la fantasÃa de la existencia del amor verdadero? o ¿es culpa del inconsciente cuerpo material que busca vivir únicamente la satisfacción de poder expresarse con la primitiva naturalidad con la que nace?
La verdad, no lo sé, contesto el atento y compasivo escuchante, que apesadumbrado buscaba respuestas para encontrar la forma de ayudar a sanar al doliente espÃritu de su amigo; si lo supiera, dijo con expresión desencajada, tal vez no hubiera acudido a tu llamado, porque has de saber que mi herida no ha sanado, a pesar de los muchos años que han pasado.
De olvidar, olvido, pero algo me hace recordar constantemente, que estoy vivo, y que por ello, siento la preocupante sensación de que algo importante para mà se me ha perdido, mas estoy tan confundido, porque si fuera el amor que Dios siente por mÃ, creo que entonces, que ni olvido, ni dolor, ni el sufrimiento por algo parecido, podrÃa hacerme desistir de consentirme vivo y  ser capaz de amar eternamente.
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