El regalo
Una vez terminado de adornar el árbol navideño José y su esposa María procedieron a colocar el nacimiento, para ello utilizaron el mismo pesebre y las figuras que por años adornaron aquel lugar tan especial, que, por cierto, era el mismo lugar de siempre, solamente una figura no fue colocada la que representaba el niño Dios, pues era tradición que ésta fuera colocada pasada la Noche Buena, y para entonces faltaban dos días.
José y María, cansados como estaban, decidieron sentarse en uno de los sillones de la sala, no sin antes apagar las luces de la misma para contemplar las luces que iluminaban el complejo navideño, pasado unos minutos, María le dijo a su esposo: José, vamos a terminar de una vez de completar el escenario del Nacimiento, pongamos al niño en su cuna; José giró la cabeza hacia la izquierda para ver a María y sin poder contenerse le dijo: Pero ¿qué estás diciendo, mujer? Tú bien sabes que el niño será colocado en su lugar una vez que termine la cena de la Noche Buena.
La mujer le respondió: Esposo mío, Sabes bien que en esta ocasión sólo estaremos tú y yo sentados en la mesa para disfrutar de la cena, nuestros hijos y nietos estarán en otros hogares, ya sabes, cumpliendo con otros compromisos.
Pero María, desde cuándo cenar con los padres y los abuelos es un compromiso, yo siempre pensé que era un motivo de gozo el compartir tan importante ocasión en familia. Mira, le dijo la mujer, estos son otros tiempos, ahora el significado de la Navidad es otro para las nuevas generaciones; ya no te preocupes esposo mío, cenaremos temprano, acostaremos el Niño y después nos iremos a dormir. Así será María, le respondió con un dejo de tristeza el hombre.
Cuando llegó la noche del venturoso día, aquel matrimonio colocó todo lo necesario sobre la mesa del comedor para celebrar el fastuoso acontecimiento, una vez sentados en la mesa, dieron la bendición de los alimentos que disfrutarían agradeciéndole al Todopoderoso el haberlos bendecido con vida y salud para celebrar la fecha en que naciera el Salvador de la humanidad; y cuando estaban a punto de comer el primer bocado, se escuchó el timbre de la puerta; ambos se preguntaron quién podría ser, pues no esperaban a nadie y mucho menos a esa hora de la noche; José abrió la puerta y se encontró con la presencia de un hombre, le preguntó que se le ofrecía y este contestó que traía un paquete para él y su esposa.
La noche era fría y sin más José, aunque temeroso, decidió hacer pasar a aquel desconocido a su hogar; el hombre agradeció la atención y le entrego el paquete a José, entonces María le preguntó: ¿disculpe, que no se supone que este día no se trabaja? ¿Qué hace usted buen hombre, fuera de su hogar en una fecha tan memorable? Seguramente su familia estará angustiada por su ausencia.
El hombre contestó: verá usted, yo no tengo horario en mi trabajo, de hecho, trabajo todos los días del año y más en estas fechas, donde nadie más trabaja, al parecer todos piensan en festejar algo que aún no han entendido. José, interrumpió a su esposa y le dijo: Mujer, ya no entretengas a este señor, seguramente tendrá que regresar de donde vino.
María, un poco molesta recriminó a su esposo y le dijo: Pero José, que desconsiderado eres, con este frío y a esta hora, seguramente el hombre también agradecería el que le ofreciéramos algo caliente y un poco de comida. No quiero molestarlos, dijo el mensajero, además, ustedes estarán esperando a otros miembros de su familia. María insistió y dijo: desde este momento usted ya es parte de nuestra familia, pase a la mesa a sentarse por favor.
María le ofreció un balde con agua para que el hombre lavara sus manos y luego se sentó en la silla que le ofrecieron; antes de proceder a comer él le pidió al matrimonio le permitieran hacer una oración, a lo que ellos con gusto aceptaron y entonces el mensajero tomó entre sus manos una pieza de pan, la partió y lo bendijo y como si estuviera viendo a alguien más dentro de esa habitación dijo: “Tomad y comed, este es mi cuerpo; tomó un vaso de vino, dio gracias y lo bendijo y dijo: beban todos de él, porque esta es mi sangre”.
Dicho lo anterior José y María cayeron en un profundo sueño; al despertar por la mañana no recordaron nada, más vieron sobre la mesa un paquete, al abrirlo, encontraron la figura del Niño Dios, la misma que por tantos años los había acompañado a ellos y a toda la familia cuando celebraban el verdadero motivo de la Navidad.