Mi abuela Isabel, que era muy consentidora con sus nietos, un día me dio la sorpresa de que una de sus gallinas había empollado unos huevos y había sacado un buen número de pollitos, como sabía que a mí me gustaban los animales no dudó en obsequiarme seis de ellos, mi padre se opuso a que los llevara a casa, argumentando que iban a tener un triste final, pero mi madre insistió, comentando que el cuidado de los mismos, me ayudaría a ser más responsable.

Llegando a la casa, busqué la manera de elaborar una jaula, me encontré una caja de rejas de madera y habilité un bebedero, y comedero provisional, coloqué ésta en un lugar sombreado a un par de metros alejado de la casa, porque no quería que por motivo del olor se quejara mi progenitor y fuera pretexto para insistir en el hecho de que era un error el haber llevado a las pequeñas aves conmigo.

Me esmeré todos los días en alimentarlos y asearles la jaula, de tal manera que los pollos fueron creciendo, bajo la supervisión de mi padre y la satisfacción de mi madre, porque su intuición fue acertada; pero con el tiempo ya fue insuficiente la jaula, por lo que tuve que remodelarla, hasta convertirlo en un pequeño gallinero; para entonces ya no veía el desagrado en la actitud de mi padre, por el contrario, me felicitó por ser un buen “avicultor”, yo le dije que cómo no las iba a cuidar, si más que mis mascotas, las quería como si fueran mis hermanos; de los seis pollitos cuatro se convirtieron en unas hermosas gallinas y dos en gallos, y como era de esperarse estos últimos solían pelearse con frecuencia, por lo que mi madre me recomendaba me deshiciera de uno de ellos; pero a mí me parecía imposible hacerlo porque me había encariñado con los seis, así es que en una ocasión, regresando de la escuela, me dirigí al gallinero y ya no estaba uno ellos, asustado corrí a preguntarle a mi madre, ella me comentó que los gallos se habían peleado nuevamente y uno de ellos había salido muy lastimado, por lo que tuvo que ser sacrificado. La noticia me causó  mucho pesar y mi madre me consoló por un buen rato, un par de horas después nos llamó a comer a mis hermanos y a mí  y nos dio un deliciosos caldo y posteriormente pollo empanizado, el cual todos cominos con mucho agrado; entonces mi hermano mayor a quien le agradaba mucho jugarme bromas, me dijo: Te acabas de convertir en caníbal, te comiste a uno de tus hermanos pollos, me dirigí a mi madre para preguntarle, si era cierto lo que decía Toño, y ella con una  mirada compasiva, no supo qué decirme, por lo que solté el llanto, mi padre intervino entonces y me dijo: Hijo, no te sientas mal, sólo cumplimos con la última voluntad del pollo.

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