Hay un frío que no viene de afuera, es quizá por ello, que es más difícil tolerarlo; el cuerpo trata de identificar su origen y al no detectarlo, por lo general lo traduce como miedo que habita en el subconsciente. Es algo que llega a la vida sin esperarlo, y mucho menos, sin desearlo; en ocasiones se piensa que nunca fue tuyo, que provenía más bien de alguien cercano a ti, que llevaba por cierto ya mucho tiempo de sentirlo y no encontraba la forma de sacarlo de su vida, y de pronto, apareces y te estima  un mejor huésped, porque tal vez, sin saberlo, eres uno de esos seres de luz que rebosan de alegría, de los que constantemente ríen y viven despreocupadamente, porque de manera inteligente, se adaptan con facilidad a cualquier ambiente natural, porque ven y sienten que su felicidad se nutre de todo lo bueno que abunda en el paraíso terrenal, que muchos nos negamos a disfrutar, por estar sumamente apegados a la mentira de llegar a tener una vida ideal.

No estoy hablando de conformismo, de rendirse o de abandonar lo que se anhela; mucho menos, de tener que sacrificar todo lo que te hace sentir parte del planeta, estoy hablando de no dejarte arrastrar por esa oscuridad que emana de aquellos que, a pesar de nadar en la abundancia, con todos sus bienes no han podido lograr que el calor de la alegría siente su residencia en un corazón congelado por el temor a la felicidad.

Siempre se puede ser cálido, aunque encuentres resistencia en el entorno para hacerlo, no dejes que nadie te arrebate lo que le da sentido a tu vida, lo que después del más preciado don que Dios te obsequiara, tiene más valor que el estarte preocupando qué tan frío pudiera ser el día de mañana, ríe pues, por tener la dicha de saberte amado por un Padre que siempre vela por la felicidad de sus hijos en la tierra.

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