“Un hombre puede ser imprescindible para un equipo, pero ningún equipo está compuesto por un solo hombre”

Kareem Abdul-Jabbar, exjugador de baloncesto

 

Intenté armar esta colaboración al margen de barnices políticos, pero pese a esta sana intención al final terminé por caer en ese mundo oscuro.

Empiezo si me permite.

Hace un par de días me enteré que un cuarteto de adolescentes mexicanos ganaron tres medallas de oro y una de plata en la XXIV Olimpiada Matemática de Centroamérica y del Caribe. Excelente noticia, pero en esa satisfacción va incluida una duda.

¿Por qué esos chicos son capaces de ganar preseas de ese nivel cuando en el sistema educativo nacional las matemáticas son la pesadilla del 80 por ciento de los estudiantes en escuelas públicas?

La respuesta en opinión de su servidor, es que México es un país de individualidades, no de equipos. ¿Qué significa esto?

Que en muchas áreas obtenemos resultados que en lo personal dan brillo pero en lo colectivo dan lástima. Son logros de relumbrón, que demuestran que sí hay capacidad de los alumnos para aprender pero hay una notoria incompetencia en el modelo de enseñanza, es decir, en el equipo. Así ha sido en ese rubro en México desde la noche de los tiempos.

Lo mismo sucede con el futbol, en donde acabamos de sufrir lo que para muchos es una tragedia y para otros una raya más en la piel del tigre, al ser eliminados en la primera vuelta de la Copa Mundial de ese deporte.

Hay jugadores mexicanos de gran calidad y por esoson en buen número condiciados y contratados por equipos de primer nivel en Europa, donde se vive el mejor balompié del mundo.

Pero caemos en el mismo bache: ¿Si son tan buenos en lo individual al grado de ser atraídos por el viejo continente, por qué diablos cuando forman un equipo suelen ser tan mediocres?

Porque es la regla cultural nacional: Somos un país de individualidades y no basta reunirlos en un montón de piernas sin la idea de un auténtico equipo. Los fracasos lo hacen tan evidente.

En otras parcelas, presumimos uno que otro Premio Nobel, algún descubrimiento esporádico en la ciencia, un único astronauta hasta ahora y una que otra medalla de oro o primeros lugares, pero no somos capaces de formar un equipo de mentes brillantes o de habilidades físicas competitivas. Por lo menos hasta ahora no hemos logrado dar ese paso y cuando alcanzamos un nivel de gloria, al año siguiente suele decaer. Como dice un refrán, somos flor de un día.

Y llegamos así a la nefanda política.

Eche un vistazo a los gobiernos, sin importar su orden. Desde que desapareció el corporativismo que tanto usufructuó el PRI, los triunfos electorales los obtienen los hombres o mujeres, no los partidos. Vale mucho más un nombre y apellido –y en ocasiones hasta un apodo– que las trayectorias y largas historias de esos institutos políticos. Candidatos independientes que han sido victoriosos son la mejor prueba de estas circunstancias.

¿Conclusión?

También en esos lares somos un país de individualidades. Los equipos, en este caso los partidos, son un fiasco compuesto por una mescolanza indeseable de supuestos principios ahogados en el mar de los intereses particulares y maridajes tipo “swinger” en donde esos organismos se intercambian sin pudor alguno personajes en lugar de esposas o esposos. Maquillados, pero “swingers” al fin.

Y algo que me parece más grave:

Ninguno de esos políticos, hombres o mujeres que presumen infalibilidad y popularidad, parecen capaces de ganar ya no una presea de oro o de plata, sino al menos una medallita de bronce…

Twitter: @LABERINTOS_HOY