Un buen día, mi nieto Emiliano se veía preocupado, pues callado estaba al verse y sentirse aislado de sus padres y de sus hermanos; la ansiedad se asomaba haciéndose más que evidente, pues mordía con desesperación la cutícula de la uña de su dedo índice de la mano derecha; yo me fui acercando con cierto sigilo, pues no era mi intensión sacarlo en forma abrupta de su meditación, sólo quería que sintiera mi presencia, y con ello, infundirle esa sensación de acompañamiento que todos necesitamos cuando estamos tristes. El permitió me acercara y aprovechó para preguntarme: ¿Abuelo, qué es sentirse bien? Pues yo no creo en la respuesta que me dan mis amigos,  uno dice que sentirse bien está relacionado con tener dinero, pero yo he tenido dinero, aunque no mucho, y me sigo sintiendo igual, otro dice que sentirse bien tiene que ver con tener la conciencia tranquila, y yo le respondí que tal vez no existía un ser humano con la conciencia plenamente tranquila, y te diré que yo tengo la conciencia en paz, así haya cometido errores, sé que estos no han sido del todo intencionales y cabe en mí el reconocerlos y arrepentirme de corazón; dime tú, que tienes más años vividos y más experiencia, ¿cómo se puede llegar al estado mental de sentirse bien? Cuando  hizo una breve pausa, aproveché para darle mi humilde opinión y le contesté de la siguiente manera: Es importante reconocer, que no existe una fórmula universal para llegar a tener ese estado del ser, pues como bien lo mencionaste, tiene que ver con la salud mental de cada persona, y en mi caso, por ponerte un par de ejemplos, te diré que el bienestar personal va de la mano de la buena compañía, porque pudieras no tener qué comer, pero incluso, el hambre, que refleja la necesidad de alimentarse de nuestro cuerpo para mantener un buen funcionamiento y la viabilidad,  en su desesperación, teniendo una buena salud mental, esperaría su oportunidad para verse saciada, siempre y cuando en ese penoso proceso se vea acompañado por alguna persona de buena voluntad, esto porque es bien sabido que la palabra suele ser un buen alimento. Emiliano me miró  incrédulo y dijo: ¿La palabra es un alimento? Seguro lo estás diciendo en un doble sentido. El único sentido que estimo en este momento, le dije, se basa en el hecho de que Jesucristo, cuando fue conducido por el Espíritu de Dos al desierto, para que fuese tentado por el diablo, y al encontrarse en ayuno por cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre, lo que aprovechó el maligno para tentarlo,  pasando por alto que Jesús, el unigénito de Dios, estaba acompañado por el Todopoderoso, entonces Jesús le respondió al tentador: “Escrito está: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra o disposición que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Emiliano aún no asimilaba del todo lo que yo trataba de hacerle entender, y entonces preguntó: Abuelo, ¿tú te atreverías a caminar por un desierto? Y le respondí: Cuando mi fe en Jesucristo resulte ser incuestionable para mi mente, no sólo caminaré por un desierto, sino que seré, sin ser un navegante, el timonel de mi propia barca y me haré a la mar, porque la Palabra de mi Señor y su Espíritu Santo habrán de ser siempre mi mejor compañía. Ahora mis desiertos y mi mar son pequeños, pero llegará el día que serán tan grandes, que sólo haciendo mía la Palabra de Dios podré enfrentarlo todo y mi estado de bienestar, no dependerá de las cosas de este mundo. Entonces, lo que me quieres decir, dijo Emiliano, es que primero debo de buscar las cosas del cielo y su justicia y lo demás vendrá a mí por añadidura. Lo has dicho bien, llénate de la palabra de Dios  y siempre tendrás buena compañía y con ello, llegarás a sentirte bien toda tu vida.

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