Ayer me vi tomándote de la mano, te sentÃas tan seguro y podrÃa decirse que hasta feliz; yo era entonces un muro y tú apenas un ladrillo, yo un maestro, tú un aprendiz; yo daba gracias a Dios por la dicha de los dos, de verte crecer a mi lado y conmigo, de poder hablar el mismo lenguaje, de contarte mis aventuras, de ver la alegrÃa dibujada en tu sonrisa, de verte correr a toda prisa, persiguiendo las fantasÃas que de mi mente salÃan en forma de  historias y de cuentos, de verte extender tus brazos como alas de águila bravÃa, queriendo despegar del suelo para volar entre las nubes de aquel cielo siempre azul, de aquel sol siempre cálido y  encendido, que nos hacÃa sentir  que el dÃa no acabarÃa; entonces tenÃamos tiempo, yo para ti y tú para mÃ, yo orgulloso de ti, y tú tal vez sintiendo lo mismo.
El tiempo me fue dando un consejo, vivir siempre el momento, porque lo que parecÃa eterno, podrÃa llegar a su fin, yo volviéndome lento y tú yéndote lejos de mÃ, yo guardando recuerdos, tú, viviendo experiencias buscando ser siempre feliz o sufriendo las consecuencias por adelantar el paso sin tener referencias.
Ayer te dije que no, cuando siempre te dije que sÃ, ayer tu orgullo despertó defendiendo lo tuyo y olvidándote de mÃ, ayer, me dolió el alma, mientras tú regresaste a ser niño, ayer quise tomar de nuevo tu mano, para que te sintieras seguro; ayer yo fui ladrillo, mientras tú te convertÃas en muro.
Son nuestros breves encuentros distancias tan grandes, tú siempre corriendo, yo cada dÃa más lento, yo contándole al cielo mis historias y mis cuentos, tú retando a los vientos volando a grandes alturas.
Dedicado a mi nieto Emiliano.
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