La adolescencia es un periodo crucial en la vida, supone una crisis emocional y de identidad importante, conlleva pérdidas y logros, y se manifiesta con episodios de tristeza, ira y aflicción que inundan a los jóvenes. Si echamos la vista atrás, quizás no recordaremos gran cosa de aquella época, pero durante la adolescencia el joven atraviesa una crisis de identidad muy compleja para él, en la que es fundamental que permanezca sustentado por un adulto. Ya no es un niño, pero tampoco es un adulto. La pregunta a la que los preadolescentes necesitan respuesta: ¿Quién soy ahora?
Durante esta etapa los sentimientos son ambiguos, navegando entre la posibilidad de experimentar mayor autonomía y la seguridad que le provee el ser dependiente de sus padres. Conviven en ellos, tanto el deseo de diferenciarse, para desarrollarse y poder construir una identidad adulta, como el miedo por todo lo que van a perder. Es por ello que en esta etapa el trabajo que tiene que hacer un adolescente es complejo, contradictorio y puede resultar doloroso, de ahí que debamos entender, comprender y ayudar a nuestros jóvenes a gestionar los sentimientos de rabia, tristeza o culpa que puedan experimentar, a la vez que ayudarles a despertar el deseo y la alegría por convertirse en personas con identidad propia.
Se les debe acompañar a encontrar su camino, ese por el que luego caminarán en la edad adulta, orientando, sin juzgar, ayudándoles a entenderse y entenderlos. Por eso en estos momentos complejos es muy importante que los padres, tutores, profesores y otros adultos que los rodeen les presten especial atención. Los conceptos de duelo, identidad y narcisismo son, seguramente, los que mejor definen la comprensión del proceso adolescente, aunque no los únicos. Y es que en el tránsito de la niñez a la adolescencia el joven experimenta distintas pérdidas que le hacen transitar un proceso de duelo.
El ‘duelo’ de la niñez a la adolescencia
Podemos decir que el adolescente realiza tres duelos fundamentales:
Duelo por la pérdida del cuerpo infantil.
Es una fase con base biológica en la que se encuentran como espectador impotente de lo que ocurre en su propio organismo, con las modificaciones que en muchas ocasiones no se ajustan a la imagen idealizada de supermodelo que tenían en sus cabezas, lo que supone a la vez una pérdida de sus ideales de futuro a los que debe hacer frente. Es la primera etapa, la llamada pubertad, y en ella es frecuente que el adolescente experimente ansiedades, además de otros síntomas propios del duelo en esta etapa como son trastornos alimenticios, obsesiones y cefaleas de los que hay que estar muy pendiente. En este momento prima la protesta.
Duelo por la pérdida del rol y la identidad infantiles.
Aparece en la etapa media de la adolescencia. Es cuando sienten que se les obliga a renunciar a la dependencia paterno-filial y que se les obliga a aceptar responsabilidades que muchas veces desconocen, haciéndose una idea desvirtuada de lo que se espera o no de ellos. Es lo que llamamos “desequilibrio de equivalencias complejas”. Aparece en los adolescentes con un sentimiento de pena, de tristeza.
Duelo por los padres de la infancia.
Es la última fase, en la que tratan de retener a los padres buscando el refugio y la protección, a la vez que intentan apartarlos para hacer presente sus nuevas necesidades, sus ideologías y aquello que forja su nueva identidad, en una lucha incesante por buscar su sitio. En esta fase, los adolescentes buscarán nuevos objetivos que, en muchas ocasiones, en nada coinciden con los que sus padres pueden tener preparados para ellos. El miedo, el sentimiento de incomprensión y la ira se muestran muy presentes en esta etapa final de la adolescencia.
En cada uno de estos duelos se presentan rabietas y episodios de comportamiento destructivo, creyendo que la secuencia de respuestas, protesta y desesperación serán la solución a lo que están experimentando.
Consejos para madres y padres
Para sobrellevar mejor esos duelos por los que puede pasar tu hijo o hija, y asegurarnos de poder ayudarles durante sus fases, te doy unos consejos que seguro te ayudarán:
Crear hábitos familiares desde la niñez, como comer y cenar en familia, con la televisión apagada, sin el teléfono móvil, dando espacio a la conversación, no colocar televisiones ni otros medios electrónicos en las habitaciones o no generar la posibilidad de llevarse el teléfono móvil al dormitorio, son pequeños detalles que si se mantienen desde la niñez podrán favorecer mucho la comunicación tan necesaria en la edad adolescente.
Hay que crear espacio para escuchar a tu hijo adolescente
Generar espacios en las aulas, donde se pueda permitir la expresión a los adolescentes, donde se trabaje con ellos los valores, las creencias y la gestión emocional, que cada uno pueda desarrollarse y expresarse entre iguales sin ser juzgados, son asignaturas pendientes que todos los centros educativos deberían plantearse.
Debemos, como adultos, ser los primeros en aceptar esa llamada “edad del pavo” adolescente, dejando de etiquetar a los jóvenes, de criticarlos y entenderlos, acompañarlos en este tránsito de su vida en el que se autorrealizan preguntas muy importantes. Y es que es el momento en el que surgen dudas como ¿me gustan los chicos o las chicas?, ¿qué voy a ser de mayor?, o ¿quiénes quiero que sean mis amigos? Deben ser respondidas. Por eso debemos acompañarlos en todo momento.
Si como padre ves que tu hijo adolescente ha sufrido cambios bruscos y exagerados en su estado de ánimo, presenta excesivo mal humor, agresividad desmedida, o sentimientos intensos de tristeza y baja autoestima, es posible que el proceso que implica afrontar todas estas pérdidas le esté siendo difícil y necesite ayuda para transitar este camino.
Los adolescentes de hoy son los adultos que dirigirán nuestro futuro y crear unas bases sólidas y saludables en ellos es fundamental para todos nosotros.