La segunda parte de nuestra vida
El mundo está cambiando de muchas formas, una de las más alentadoras es el aumento de nuestra expectativa de vida. Cada vez vemos a personas que, con excelente salud alcanzan los 100 años y conservan la energía de alguien de 90. En la década de 1940-1950 en México, la esperanza de vida era de aproximadamente 41 años. Actualmente, según el INEGI el promedio de vida es de 75 a 78 años. Esto nos lleva a pensar que, en algunos años más, con nuevos avances médicos, nuestro tiempo de existencia estimado podría acercarse, quizá, a los 150 años.
Sin embargo, a pesar de que nuestra vida se ha extendido, existe una corriente denominada “edadista” donde se afirma que después de cierta edad somos menos valiosos o capaces. Aquí es donde la paradoja se hace evidente, por un lado, prolongamos la vida, y por el otro, percibimos el envejecer como un mal. Por cierto, los datos estadísticos muestran que, en México y en muchas partes del mundo la población seguirá envejeciendo. En algunos países de Europa, la escasez de población joven ya es una realidad, hay menos niños y más personas mayores.
Es aquí cuando, seguramente, más de una vez nos hemos preguntado cómo será nuestra vida después de los 55 años, esa etapa que algunos lo llaman el “segundo acto”. Diversas investigaciones realizadas por universidades prestigiosas han observado que la felicidad en la vida sigue una curva en particular, inicia muy alta durante la infancia, disminuye durante la edad adulta temprana, cuando enfrentamos grandes responsabilidades, pero a partir de los 50 o 55 años vuelve a elevarse de manera significativa. Esto explica el por qué la madurez no solo trae años, sino también una nueva forma de entender y de vivir la vida.
Para algunas personas —y me incluyo entre ellas— la segunda etapa de la vida llega con mayor ánimo, con deseos por cumplir, y con más claridad. Existe un término llamado “florecimiento tardío” que se originó en Estados Unidos en el siglo pasado, más tarde, su reconocimiento se expandió por todo el mundo. Se refiere a la idea que personas alcanzan su plenitud personal, profesional o creativa en etapas avanzadas de su vida, desafiando totalmente a la creencia convencional de que el éxito debe lograrse en la juventud.
Desde pequeños se nos enseñó a ver la vejez como una etapa de aislamiento y declive. Esta visión “edadista”, que idealiza la juventud como un tesoro y presenta el envejecimiento como una desgracia, ha afectado profundamente a nuestra sociedad, no solo divide, también debilita nuestra confianza. Muchas personas que antes disfrutaban de ciertas actividades, ahora se detienen porque piensan que la edad se los impide, y no es el cuerpo, sino la creencia la que frena. Así comenzamos a repetir frases como “ya estoy muy viejo para esto” o “eso ya no es para mi” cumpliendo sin querer las profecías decretadas.
Cambiar nuestra forma de pensar es fundamental, pero también lo es reconocer que las emociones acompañan esa transformación. Al imaginar el escenario de lo que será la segunda etapa de nuestra vida, no solo construimos ideas racionales, tejemos sueños, se asoman las dudas, también los temores, surgen ilusiones. Como explica Leonard Mlodinov en su libro “Emocional” nuestras decisiones y percepciones no nacen solo de la lógica, sino también de los sentimientos que modelan en silencio el rumbo de nuestro futuro.
A lo largo de la historia han existido muchos personajes que alcanzaron su plenitud creativa, intelectual o profesional en etapas tardías de su vida. Margaret Thatcher llego a ser primera ministra del Reino Unido a los 54 años, después de una larga carrera política construida gradualmente. Winston Churchill recibió el premio nobel de Literatura a los 79 años, luego de una vida dedicada a la política y a la escritura. Miguel Ángel realizó obras maestras como “El juicio final” en la Capilla Sixtina después de los 60 años. Rita Levi-Montalcini neurocientífica recibió el premio nobel de medicina a los 77 años y trabajo activamente hasta pasada la centena de años. Miguel de Cervantes publicó la primera parte de Don Quijote a los 54 años después de una vida llena de dificultades. Johann Wolfgang von Goethe terminó la segunda parte de Fausto a los 85 años, es considerada una de las obras más complejas de la literatura universal.
Podría continuar con una lista ampliada de los llamados “late bloomers”, personajes célebres que florecieron tarde, pero también existen —cercanos a nosotros o en cualquier rincón del mundo— quienes, sin fama ni reflectores, han alcanzado en silencio, grandes logros en la segunda mitad de su vida.
El común denominador de estos personajes no fue la fama ni el reconocimiento inmediato, sino la determinación de seguir adelante.
Cada uno desde su propia historia y en su momento, eligió no rendirse ante la edad y de encontrar una nueva forma de reinventarse y volver a empezar. Entendieron que el tiempo no es un límite, sino un espacio que puede llenarse de propósito y de aprendizaje. Nada se pierde, todo lo vivido, incluso lo no resuelto, forma parte de un hilo largo que sigue tejiéndose más allá de lo visible.
En esta segunda etapa —o como algunos lo llaman el segundo acto de la vida— tienen una connotación simbólica, representa ese momento en que el personaje da un giro. Podemos visualizarla como una nueva oportunidad para renacer con un propósito distinto, uno que nazca de nuestra elección y no de las expectativas de otros.
Podemos elegir no rendirnos ante la edad, cada uno desde nuestra propia historia, nuestro tiempo y el propósito que hayamos elegido. Y tal vez sea, en este segundo acto de la vida, cuando por fin nos atrevamos a ser lo que somos.
Como escribió Goethe: La noche es la mitad de la vida, y la mejor parte de ella”. Y como dijo Nietzsche: “Convertirse en lo que uno es: es el verdadero destino del ser humano”.