En el dinamismo de la Liturgia de la Iglesia Católica se sigue celebrando el tiempo de Pascua, hoy se celebra el cuarto domingo.

Y el texto del Evangelio, Jn. 10:11-18, de este domingo se presenta la imagen del Pastor, distinta a la de otros pastores: “Yo soy el buen Pastor”. El evangelista detalla, de manera sencilla, las características que definen a Jesús con este símbolo: “da la vida, no abandona, conoce a los suyos, se interesa por los que están fuera, por los ajenos y alejados de él, su voz convoca y reúne”.

A los malos pastores, que en el texto se refiere a los fariseos, el evangelista los distingue de Jesús con tres actitudes: el interés, la cobardía y el miedo.

San Juan no sólo define al Pastor, establece también quiénes son las ovejas. La tradición cristiana ha enseñado que el rebaño de ovejas es el pueblo de Dios, pero el Evangelio no se queda sólo en la posibilidad de asumir que Dios elige, sin más, a las ovejas; entre el Pastor y el rebaño se establece una interacción que supera toda pasividad: ellas conocen al Pastor, escuchan su voz y lo siguen. Por otro lado, el redil que marca el límite entre el pueblo creyente y el no creyente, se convierte ahora en un espacio de inclusión: “Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas”. El “redil” se abre y se amplía. Es necesario que las ovejas se reúnan en un espacio común en torno al mismo Pastor.

Las imágenes de Jesús, la “piedra angular y el Pastor”, también aplican a la vida de los creyentes:
Muchos creyentes son o pueden ser, “la piedra fundamental” de las realidades a las que pertenecen y en las que viven: una familia, una empresa, la sociedad, un grupo de amigos o de hermanos, una escuela, un comunidad religiosa, una parroquia, o una nación.

Los creyentes están llamados a mantener en pie su dignidad y sostener lo que han construido juntos. Puede ser la “piedra angular” que se convierte para ellos en símbolo de responsabilidad y vida.

Los creyentes son pastores de sus hijos, de sus empleados, de sus alumnos, del cónyuge, de la comunidad a su cargo. Depende de ellos y de cómo lo asuman, ser buenos o malos pastores.

Los creyentes están llamados a convocar, reunir, proteger, cuidar y abrir espacios de vida y de convivencia a quien está fuera y necesita pertenecer, ser incluido, rescatado y liberado.

Se puede orar con las palabras de la misa dominical: “Dios todopoderoso y eterno, te pedimos que nos lleves a gozar de las alegrías celestiales, para que tu rebaño, a pesar de su fragilidad, llegue también a donde lo precedió su glorioso Pastor”.

Que Jesucristo resucitado sea para todos el Buen Pastor que los guié cada día.