Después de haber sufrido un sueño angustiante, de esos que parece no tener un buen final, donde se corre sin saber por qué y sin tener un rumbo fijo, pero con la sensación de estar huyendo de algo o de alguien, de pronto, se vislumbra en la nada un espacio que ofrece la oportunidad de descansar, y aunque se aprecia vacío, y no se distinguen elementos confortables, se tiene la sensación de que, llegando a él, todo estará bien. Me pregunto cuánto habré recorrido antes sin haber sospechado que, sin moverme, mi mente se apoderó de todas las funciones de mi cuerpo, por lo que sólo vi y escuché lo que ella deseó y corrí más allá de lo que podría tolerar mi cuerpo, sintiendo una fatiga hasta el punto de desfallecer, teniendo tanta sed como lo hubiese tenido quien vaga perdido por el desierto, pero sintiendo que una fuerza desconocida me animaba y me daba la suficiente energía para seguir caminando. Cuando por fin puse un pie en aquel espacio, en un tiempo que siendo mío, no respondía a mi voluntad, sino a otra de mayor jerarquía, me pregunté: ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿No se supone que la noche induce al cuerpo a dormir para recuperarse de todo el desgaste del día? Entonces, una voz como un todo resonó en el ambiente y dijo: ¿Y tú qué quieres? No reparé en contestar: Yo quiero libertad y paz, la primera, para desligarme del tormento de estar cargando todo el tiempo con pensamientos catastróficos, heredados de momentos de debilidad y apatía, donde se acepta sin dudar todo lo que nos llega a la mente, sea verdad o sólo sea una estrategia de la misma, para que no recupere el control de todo lo que me pertenece, como sería la toma de decisiones, empleando la plena conciencia; libertad para aceptar que puedo equivocarme, aunque pareciera que me asiste la razón, cuestión que deriva de los dilemas éticos que frecuentemente enfrento en la vida; quiero también  experimentar la verdadera paz, aquella que se alcanza sólo estando bien consigo mismo y no para complacer a los que les he dado poder para cuestionar mi ser y mi estar, que emerge en forma natural de mi espíritu. Quiero dejar de huir del sentimiento de culpabilidad por todo aquello que surge de quienes amo y en quienes no he podido influir en forma positiva para que llegue lo que concibo como un verídico bienestar, donde se logre la armonía entre cuerpo, mente y espíritu.

Ahora que has hablado, dime: ¿Quién te está persiguiendo, de quién huyes? Entonces, tratando de ver de dónde procedía aquella voz que imponía un irrestricto respeto debido a su divina autoridad, denotando una profunda tristeza le contesté: Ahora sé que huyo de mí mismo, de mis temores, de mis complejos, de todos los eventos grises que obscurecieron mis días, ayer, cuando la luz que bajaba del cielo se abría paso para iluminarme y encontrar mi camino.

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