Imagínese usted, amable lector, que estamos todos subidos en un barco. Un barco grande, ruidoso, lleno de gente que opina de todo pero no sabe de nada (vamos, como un país cualquiera). El capitán ha desaparecido misteriosamente —quizá renunció, quizá se tiró por la borda al ver lo que venía. El punto es que el barco sigue, y el mar no perdona.

Entonces surge la gran pregunta nacional: ¿quién toma el timón?
Y como es costumbre en nuestra sociedad ilustrada, alguien levanta la mano y grita: “¡Que lo elija la mayoría!”. Porque, claro, no hay mejor forma de tomar decisiones cruciales que una competencia de popularidad entre quien grita más fuerte, baila mejor en TikTok o tiene una sonrisa que derrite encuestas.
¿Preparación? ¿Experiencia? ¿Conocimiento del viento y las mareas? No, gracias. Eso es para aburridos

.Y ahí vamos todos, felices, eligiendo al cocinero carismático que hace chistes mientras revuelve los frijoles, o al animador que canta corridos motivacionales en la cubierta. Porque gobernar —igual que capitanear un barco en tormenta— seguro es pan comido, ¿no? Solo hay que “sentir al pueblo”, repetir eslóganes y saludar mucho. Y si las cosas se hunden, siempre podemos echarle la culpa a los de antes, a los de afuera, o al propio mar, por revoltoso.

Pero gobernar —aunque nos pese aceptarlo— es difícil. Requiere juicio, formación, resistencia a la adulación y, sobre todo, la capacidad de tomar decisiones impopulares sin temblar.

En un mundo racional, gobernar debería ser el trabajo más difícil del planeta, reservado solo para los mejores. Uno no le entrega un quirófano al médico más simpático, ni un avión al sobrecargo que sonríe más bonito. Pero el timón del país… ese sí, a quien sepa bailar.

Nos hemos acostumbrado a líderes que son influencers, pero no estadistas. Hacemos concursos de popularidad para asignar cargos que requieren, literalmente, cerebro, temple y visión. Y luego nos sorprendemos cuando el barco hace agua, cuando las decisiones se toman a golpe de encuesta y no de brújula.

Así que la próxima vez que haya que elegir a alguien para el timón, pregúntese:
¿Queremos al más popular… o al que sabe navegar? Porque si seguimos eligiendo por likes y aplausos, no nos quejemos cuando el barco termine en los arrecifes, con todos nosotros cantando el himno… mientras nos hundimos.