Treinta y cinco años atrás, quizás treinta, la desconcentración gubernamental hubiera podido ser funcional. Por lo menos en algunos segmentos.
Apenas hace poco más de un cuarto de siglo, internet y la comunicación digital estaban en pañales. Los bancos tardaban días en autorizar depósitos y retiros en cuentas foráneas, las dependencias gubernamentales eran descomunales bodegas de documentos que ahora caben en un chip y las decisiones, por rápidas que fueran, demoraban semanas para hacerse efectivas.
Entre ese mundo y el actual existe una distancia enorme, casi brutal, sin duda.
Y precisamente por este escenario es por lo que pregunto:
¿Cuál es el beneficio real en el gobierno federal de dispersar Secretarías, Direcciones Generales y descentralizadas?
¿En verdad creen que por el hecho de estar un Director de Pemex en Campeche marchará mejor esa empresa?
¿Pensarán que el hecho de que despache en Nuevo León el titular de Economía se reflejará en un país más desarrollado en ese sentido?
Dios, las distancias en el mundo globalizado que vivimos es lo que menos hace la diferencia entre los aciertos y los errores. Unos y otros dependen de los tipos que toman las decisiones, no de pisar chapopote o ser testigo de las riquezas de los magnates regiomontanos, por citar sólo esos dos casos.
No es nueva la idea de la desconcentración gubernamental. Cuando José López Portillo hizo durante su mandaro un esbozo de esa reestructuración administrativa le dijeron de todo, menos que era lo correcto. ¡Y en esos días era cuando se necesitaba!
Y para no ser etiquetado como criticón contumaz, me permito recrear los posibles escenarios que podrían sobrevenir tras esa reubicación. Valgan como intento de disipar un poco las dudas, varias preguntas:
Primera: ¿Qué harán con los millones de trabajadores de esas dependencias?
Si van a utilizar a los mismos, estarán condenando a la inmensa mayoría a un drama terrible. Tendrán que separarse de sus familias en muchos casos y en los que puedan llevarla consigo será una hazaña conseguir vivienda y escuelas para sus hijos. Llegarán a un entorno para ellos hostil en gran parte al dejar la segura capital del país por zonas de guerras virtuales como Guerrero, Michoacán, Jalisco, Guanajuato y desde luego, Tamaulipas.
Segunda: ¿Cesarán a esos trabajadores para contratar personal local?
Sería un infierno económico para esos cientos de miles de hogares. Encontrarse en la calle tras años y años de laborar en una en apariencia segura área de gobierno sería un golpe demoledor.
Tercera: ¿Dejarán a esos trabajadores en las nóminas y contratarán mano de obra extra en cada estado en que establezcan su nueva sede?… Eso sin duda ayudaría a la creación de empleos en esas regiones, pero también ocasionaría un incremento en pago de salarios que generaría una obesidad espantosa en el gasto corriente de cada Secretaría o Dirección General.
No es un escenario para echarse a dormir esperando que todo resulte un cuento de hadas. Espero, con el mejor de mis deseos, que para una decisión que me parece inoportuna y antifuncional cuenten con una receta que me aseste un tapabocas y me hagan reconocer la eficiencia de un reordenamiento que calará hasta los huesos en el país.
Desde hoy lo puedo anticipar: Terminará el sexenio de López Obrador y apenas empezará a llegar la normalidad en ese cambio tan drástico. Y eso, si al siguiente gobierno no se le ocurre que debe volverse al esquema de la concentración.
Uff…
PREPÁRESE A SUFRIR
¿Es usted uno de los millones de mexicanos que viajan con frecuencia a la Ciudad de México para realizar trámites y gestiones federales en la misma?
¿Es usted de los que tienen que visitar varias Secretarías porque sus actividades incluyen varios giros?
Pues a sufrir. Ahora para arreglar sus exportaciones viajará a Tamaulipas; para ver lo de sus cultivos lo hará en Sonora, para arreglar una afectación por el paso de una carretera irá a San Luis Potosí y así, según lo que busque.
Eso sí, juntos estaremos haciendo historia…

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