No me preguntes que sigue ahora,
si la ruta de nuestro diario vivir ya ha sido tazada,
y siendo el camino tan recto y sin más obstáculos que nos desvíen,
si tú no decides otra cosa,
sigamos caminando hasta que, en la dulce lejanía,
cercana de nuestro corazón, se asome
al huerto que sembramos juntos para fertilizar el trigo,
y al llegar al idílico paraíso, sumamente ilusionados,
te propongo que juntos nos pongamos a soñar,
bajo la sombra del árbol de nuestra vida espiritual,
seguro estoy que, al entrecerrar nuestros ojos ya cansados,
y antes de que el sueño se apodere de nuestra entera voluntad,
veremos, al develar el delgado velo de los finos párpados,
la divina luz de la complicidad de nuestras pícaras miradas,
que ilumina la inolvidable escena de nuestro primer encuentro,
teniendo como fiel testigo de aquel evento a nuestro Señor;
recordaremos entonces, cuando siendo un par de extraños
maravillados por los destellos de amor que emitieron nuestros ojos,
el tan preciado regalo de estar por siempre enamorados,
emoción que ya presentíamos en lo más profundo de nuestro ser,
porque estábamos destinados a formar la unidad de un nuevo amanecer
por eso, nuestro saludable corazón se llenó de gozo
al ser bendecidos por la luz divina, que emana del amor de Dios.
No me preguntes ahora qué sigue,
porque mientras sigamos caminando juntos,
todo se volverá más simple para trascender a una vida nueva
por haber vuelto a nacer por el agua y el espíritu
para entrar al reino de los cielos.
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