Durante décadas, millones de trabajadores en México han cotizado con la esperanza de recibir, en caso de enfermedad, atención médica digna, gratuita y oportuna. El IMSS y el ISSSTE fueron creados para eso, para ser garantes del derecho a la salud de quienes aportan con su trabajo y su salario, sin embargo, la realidad actual es alarmante: ese derecho se ha ido desdibujando entre el desabasto, la falta de infraestructura, la negligencia y la saturación.

Cada vez son más los derechohabientes que, tras cumplir con sus aportaciones, se encuentran con clínicas sin medicamentos, sin especialistas, sin citas disponibles, y en algunos casos, sin condiciones mínimas de operación.

En nuestro estado, los testimonios sobran.

En la Clínica 16 del IMSS en Altamira, pacientes han denunciado el desabasto de medicamentos para enfermedades crónicas como la Dapagliflozina 10 mg, esencial para el tratamiento de diabetes tipo 2, el costo en farmacias privadas es tan elevado que muchos optan por interrumpir su tratamiento, con el riesgo que eso implica.

En hospitales del IMSS Bienestar, se reportan fallas en climatización —aires acondicionados descompuestos—, así como la falta de insumos en áreas críticas como oncología y traumatología, en clínicas del sur del estado, la situación es tan grave que más de 20 amparos han sido promovidos por pacientes para exigir acceso a atención y medicamentos.

Incluso pensionados y jubilados del magisterio en Tamaulipas han alzado la voz, denunciando que los medicamentos básicos que deberían recibir como parte de su derecho a la seguridad social, simplemente no están disponibles, obligándolos a gastar de su pensión lo que el Estado no garantiza.

Y estos no son casos aislados ni exclusivos de Tamaulipas. En Sonora, un paciente falleció al ser dado de alta en condiciones delicadas por personal del IMSS.

En Oaxaca, el personal sanitario de la región del Istmo inició un paro indefinido por la falta de medicamentos e insumos.

En el área de urgencias del IMSS de Villa de Coapa en la Ciudad de México, un joven llamado Yair Tavera pasó casi dos días en una silla, sin atención médica adecuada, tras fracturarse la mano, aun cuando requería cirugía, le dieron de alta sin intervención, con un yeso mal colocado.

Y en Guanajuato, los hospitales estatales están absorbiendo pacientes que el IMSS e ISSSTE no pueden atender, ante la saturación y el colapso del sistema.

La muerte de pacientes en pasillos, la espera de citas de especialidad por más de seis meses, o el tener que pagar de bolsillo cada receta, es hoy el rostro más cruel del fracaso institucional.

El gobierno actual asegura que el abasto de medicamentos e insumos supera el 90 %.  En julio pasado, la presidenta Sheinbaum declaró haber revertido gran parte del desabasto heredado, citando la adquisición de millones de piezas médicas y mejoras en las plataformas de transparencia.  Pero las mejoras que se anuncian desde la burocracia no se viven igual dentro de hospitales locales: las clínicas del IMSS y del ISSSTE continúan reportando faltantes, atrasos en citas y colapsos en urgencias.

Así, hay una disonancia entre los indicadores oficiales que se elevan en comunicados y la realidad que afrontan los derechohabientes que caminan pasillos en busca de atención.

Cotizar no debería ser un acto de fe, debería ser una garantía, si mes con mes el salario de los trabajadores es descontado para sostener estas instituciones, lo mínimo que se espera es un servicio a la altura, lo contrario es una estafa institucionalizada, una traición silenciosa al pueblo que sostiene el sistema.

Y no es pedir privilegios: es exigir derechos, no es criticar por criticar: es urgir a que el Estado cumpla su parte del pacto social. Si cotizas salud, debes recibirla. Y si no la tienes, no es culpa tuya: es culpa de un sistema que promete con las palabras, pero falla en las acciones.