Esa tarde el calor era intenso, me sentí cansado y decidí subir a mi habitación para descansar un poco, encendí el televisor y poco a poco me fui quedando dormido, no sé cuántos minutos pasaron, cuando de pronto sentí un apretón en mi dedo grueso del pie derecho, lo que me hizo despertar asustado, pero una dulce vocecilla me tranquilizó: Soy yo abuelo, María, no te asustes, vine a hacer la tarea con mi abuela, ya terminé y ahora vengo a darle un maneje a tus pies cansados como lo prometí. No hay necesidad María, prefiero seguir durmiendo. De ninguna manera abuelo, yo siempre cumplo lo que prometo, así es que lo quieres con calcetines o sin calcetines. Con calcetines pues. María empezó a darle masaje a mis pies, mientras hacía alarde de su experiencia, pues asegura le aplica la misma terapia a su mamá y sabe que lo hace bien, porque logra suavizar no solamente la tensión de los pies, sino de la cara, pues poco a poco, ve como el rictus cansado de la expresión facial de su progenitora va desapareciendo hasta recibir como premio una hermosa sonrisa. En verdad, esa niña tiene manos de ángel, ¿que por qué lo digo? Bueno, porque es un ángel, ¿a quién le puede interesar darle masaje a su abuelo en estos tiempos? María continúa dándome masaje y me mira fijamente, levanta sus pequeñas cejas como diciéndome “¿Qué tal lo hago? y desesperada me pregunta: ¿Abuelo, cuándo vas a sonreír? ¿A sonreír? le digo. Sí abuelo, sonreír, tienes ya mucho tiempo que no te veo sonreír, antes lo hacías seguido. ¿Antes? Sí, creo que fue antes de que empezara la pandemia de coronavirus.
Bueno, tal vez eso se deba a que usamos cubrebocas y no puedes ver mis labios. No puedo ver tus labios, pero veo tus ojos y de esa manera me doy cuenta que no sonríes, de hecho, te has vuelto medio gruñón, mis amiguitas dicen que todos los abuelitos son gruñones porque se vuelven viejitos, pero tú no estás tan viejo para ser gruñón. Las ocurrencias de María me hicieron reír y ella lo notó de inmediato. Ya ves abuelo, reír te hace ver más joven, no dejes de hacerlo, si no tienes un motivo, hazlo por mí, porque cuando la gente ríe cuando estamos juntos me hace sentir bien, me hace sentir que mi presencia es buena, que soy agradable y que le caigo bien a las personas; abuelo, prométeme que volverás a sonreír, porque con ello me dirás que sigo siendo tu nieta consentida. Sí María te lo prometo, siempre y cuando me des un masaje en los pies.
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