Dulce armonía, embeleso de unidad indisoluble de semilla y vientre generador de vida, entrega total, cada palabra tuya es una caricia de amor desbordado, cada oración una bendición para ser sano, para ser salvo; canción de cuna que infundió en mí la confianza de nunca estar desamparado, consejo lleno de ternura, regaño consolador del alma mía, Dios ha querido obsequiarnos a los dos, el regalo de la comunicación silente del espíritu, animado por el aliento divino, dador de vida a todo ser humano.
Dame tu mano corazón palpitante, deja que el calor del cuerpo mío te dé el consuelo restringido a tu condición de reposo forzado que te mantiene en la perenne posición de sacrificio, sin ser tu cuerpo material crucificado.
¡Oh luz de tus ojos! brillen para mí, como el sol que eres, porque hoy me siento un despojo de lo que fui y en ello el arrepentimiento de no convertirme en tu almohada para devolverte el cariño del contacto cuando niño, que gozoso me acercabas a tu cálido pecho, para escuchar la voz donde habita el Señor misericordioso que nos ha enseñado amar sin condición.
Escúchame madre con el corazón, si tus ojos que parecen dormidos se cierran con la luz exterior, imagíname en tu mente, toma de tus recuerdos los más agradables, aquellos en les pude darte alegrías, aquellos donde lloraba tus dolores, cuando la amargura apagara los colores de la joven mujer de hermosura inigualable como la estrella más querida del cielo, donde suele reposar Jesús nuestro Señor.
Cantemos juntos la canción de nuestros sueños de un hogar estable, donde habitaba el espíritu divino de la fuente inagotable de amor, donde el hambre se saciaba cuando tus divinas manos forjaran el pan multiplicado, para llenar de esperanza a los diez que te amamos, y tanto amas.
Madre pura y santa, eres la única que entiende mi lenguaje, humildad es el ropaje que distingue mi figura, más escondo mi dolor y mi amargura tras la sombra oscura de un cobarde, que nunca supo estar a la altura de tu valiente y noble linaje, vivo pues en la locura prematura del temor de perderte; toma mi mano madre, así como nuestro Dios toma la mía, para decirte que no te soltará, ni aquí, ni en la otra vida.
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