* La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.
A finales de los años cincuenta, el Gobernador Norberto Treviño Zapata acudió a Juan Báez Guerra para solicitar su apoyo a fin de concretar uno de los pilares fundamentales del Estado: El campus de la Universidad Autónoma de Tamaulipas en el puerto de Tampico. Resulta ser que, el único lugar viable para establecerlo era tierra ejidal, razón por la cual, la única persona capaz de persuadir a los ejidatarios sobre la importancia del proyecto era precisamente el líder agrarista, en quién los campesinos confiaban y respetaban. Fue así que se creó el campus de la UAT en Tampico. En su legado, siempre presente la educación.
La confianza y respeto que le proferían la gente del campo y los hombres de poder, tambiénhabría de verse reflejada en la gestión de créditos y seguros para garantizar las cosechas en las tierras de cultivo. Teniendo como único aval la palabra de Don Juan Báez, el gobierno de Treviño Zapata otorgó un crédito por un millón de pesos -que hoy equivalen a 1,247 millones de pesos- a ejidatarios de Reynosa y Río Bravo, quiénes desde luego pagaronpuntualmente la deuda adquirida. Siempre cerca de sus compañeros, a quienes confrecuencia solía decir “ni más grande cuando mando, ni más pequeño cuando obedezco”, expresión que ilustra su compromiso humilde y sincero al ejercer su liderazgo. Hay algo en la humildad que exalta extrañamente el corazón, lo pensó San Agustín y así lo vivió la gente del campo que le entregó a Juan Báez su confianza y lealtad.
Siendo Secretario de la Comisión Agraria Mixta, durante la gestión de Treviño Zapata, instituyó un procedimiento sin precedentes. Quiénes tenían alguna requisición respecto de los límites o la propiedad de un predio, conformaban un expediente y lo inscribían en la Comisión, buscando obtener un dictamen positivo de reparto agrario. Sin embargo, para esa época, el reparto agrario ya estaba muy avanzado, es decir, ya quedaba muy poco por repartir, razón por la cual la mayoría de los expedientes terminaban con una resolución negativa. Situación no óptima para un gobernante, pues crecía la probabilidad de ser etiquetado como “antiagrarista”.
Juan Báez, basado una vez más en su autoridad moral, propuso que, previo a inscribir el expediente en la Comisión, un par de ingenieros agrónomos habrían de llevar a cabo una inspección al predio en disputa a fin de analizar si efectivamente había condiciones para dictaminar un reparto agrario, de lo contrario, el expediente no sería inscrito en la Comisión, evitando así generar expectativas que no podrían cumplirse. A pesar de que la propuesta implicaba marcar un cierto límite, los campesinos la aceptaron sin miramientos,pues confiaban en que las gestiones del líder agrario serían justas y transparentes.
Todo ello le valió el reconocimiento oficial primero del Gobierno Estatal, con el busto que en su nombre se erigió, y después del Ayuntamiento de Nueva Padilla, que instituyó la presea al mérito “Juan Báez Guerra”. Cada año, en su aniversario luctuoso, la mujer leal e inquebrantable que habría de acompañarlo gran parte de su vida y con quién conformaría una sólida y generosa familia, mi abuela Doña María Rodríguez de Báez, entregó la medalla hasta 2021, año en que falleció a consecuencia de la pandemia que ha afectado a todas las familias mexicanas.
El reconocimiento al legado del líder agrarista sigue vivo en cada una de las comunidades rurales, colonias, escuelas y calles que llevan el nombre de mi abuelo. Destaca el Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario 117 en el ejido Tanque Blanco, pues fueron los vecinos quiénes de mutuo propio solicitaron nombrar “Juan Báez Guerra” a la primera escuela de educación media en la región, que en aquel entonces comprendía los municipios de Bustamante, Miquihuana, Palmillas y Tula, conocido como el Distrito Número 4, por el que mi abuelo fue Diputado.
Una vez más, el mismo nombre vinculado a nuevas oportunidades a través de la educación, la cual habría de inculcarle fehacientemente a sus cinco hijos. Uno de ellos, Jaime Báez Rodríguez, habría de llegar mucho más lejos de lo que el líder agrarista soñó, pues después de titularse como abogado por la UNAM, cruzó el Atlántico para estudiar en España un postgrado en Administración Pública, he ahí nuevamente la huella del líder, mi padre también entregó su vida al servicio público, no es casualidad que su carrera dio inicio como consejero agrario de la Presidencia de la República, llegando a ser Diputado Local, Federal y Senador. Pero sería mi tío, Juan Báez Rodríguez, quién continuó el legado agrarista al ser varias veces miembro del Comité Directivo de La Liga y también su Secretario General, así como miembro del Comité Ejecutivo Nacional de la Confederación Nacional Campesina y Diputado Federal en la histórica LVII Legislatura, en la que representó los intereses de los campesinos de Tamaulipas.
La única memoria que guardo de mi abuelo es precisamente de la última vez que fue legislador: Al terminar uno de sus días de sesión en la Cámara de Diputados, visitó la casa de mi padre en la Ciudad de México, lo recuerdo entrando por la puerta, grande, fuerte, alegre, seguro; siendo muy pequeña, lo sorprendí al abrazarlo fuerte por las piernas, con una sonora carcajada acarició la cabeza de la nieta que hoy le rinde un sentido homenaje en estas líneas.
El hombre que apenas llegó a tercero de primaria, hoy cuenta entre sus hijos, nietos y bisnietos casi 20 títulos en licenciatura, desde abogados hasta físicos. Más de la mitad de ellos, siguiendo el llamado de la herencia, han encontrado una fuerza interior que los arrastra a cumplir su destino en el servicio público. Juan Báez Guerra sigue vivo en cada uno de nosotros, así como el deseo de servir a Tamaulipas y a México, con base en el conocimiento técnico y la sensibilidad política, anteponiendo la honestidad y el más alto interés de la nación.