Manuel M. Ponce consideraba que la vocación es la fuerza interior que arrastra al hombre a cumplir su destino, sin duda la vida y obra del exitoso compositor es la confirmación de su célebre frase; pero también, si se me permite la afirmación, la de mi querido y admirado abuelo, Juan Báez Guerra, quién destacó por su vocación de servicio y sólidas convicciones sociales que lo llevaron a ser uno de los líderes campesinos más reconocidos del país.
Precisamente el próximo domingo 13 de febrero se conmemora su 45 aniversario luctuoso, razón por la que aprovecho este espacio para destacar aspectos relevantes de su trayectoria, que me ha inspirado a lo largo de mi vida como servidora pública. Nacido en 1906 en el seno de una familia modesta del ejido San Patricio (Padilla), mi abuelo fue un verdadero autodidacta, pues habiendo cursado sólo hasta el tercer año de primaria, se convirtió en un extraordinario orador, gracias a su inteligencia natural y avidez por la lectura.
Sin embargo, dado su origen y limitada preparación, su trayectoria laboral daría inicio siendo aguador, es decir, llevando o sirviendo agua a los jornaleros en la hacienda La Generala, propiedad de la familia Filisola. Y justo en esa simple, pero vital tarea, habría de encontrar la fuerza interior que lo arrastró a cumplir su destino: servir a los campesinos de Tamaulipas.
Sencillo y de carácter afable, continuamente los miembros de su comunidad lo invitaban a todo tipo de eventos para ser el orador principal, por lo que se dio a conocer como un hombre inteligente, sensible y con gran capacidad de liderazgo e interlocución. Virtudes que le habrían de servir para sumarse al movimiento del veracruzano Úrsulo Galván, procer agrarista nacional que en la primavera de 1926 visitaría nuestro estado.
Con apenas 20 años de edad, Juan Báez se acercó directamente al “Apostol Jarocho del agrarismo” para comunicarle su interés por servir y mejorar las condiciones de su comunidad, lo que bastó para que jamás se volviera a separar ni del procer agrarista ni de la causa campesina; tanto así que para mi abuelo era motivo de orgullo decir que, siendo muy joven, “le había cargado el morral a Úrsulo Galván”, al lado de quien fincaría los cimientos de lo que después sería la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos de Tamaulipas. Así fue como mi abuelo se incorporó a la lucha campesina en la que se mantuvo hasta el día de su muerte.
La Liga, como cariñosamente se refería mi abuelo a ella, se constituyó ese mismo año bajo los auspicios del gobierno y un grupo de portesgilistas, entre los que destacaron: Marte R. Gómez, Conrado Castillo, Bernardo Turrubiates, Magdaleno Aguilar, Arsenio Saéb, Graciano Sánchez y muchos otros a los que se sumaron miles de campesinos. Juan Báez, al dirigir La Liga en dos períodos: 1947-1952 y 1969-1975, acabaría con los símbolos del latifundismo en Tamaulipas, al participar directamente en los últimos grandes repartos de tierras en el norte de la entidad: Rancho El Canelo, ubicado en San Fernando, entonces propiedad de Miguel Alemán y Carlos I. Serrano; Rancho El Tejón que pasó a ser el ejido Francisco Villa, que con sus 20 mil hectáreas asignadas se convirtió en el ejido más grande del país; Ganadera San Lorenzo, de más de 10 mil hectáreas y también ubicada en San Fernando. Gracias a este reparto, Tamaulipas se convirtió en el principal productor de sorgo del país con un millón de toneladas de producción anual.
Diez años antes de dirigir La Liga y siendo aún muy joven, fue Presidente Municipal de Padilla, cargo en el que se distinguió por atender personalmente todas las demandas de los ciudadanos, en particular, las de los más marginados. Fue así como se hizo merecedor del monumento que se ubica en la plaza principal de Nueva Padilla, donde cada año se celebra un homenaje al hombre que no terminó su educación elemental, pero que su tenacidad, compromiso y fuerza interna lo llevaron incluso a destapar a un candidato a la Presidencia de la República.
* Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión.