El sutil encanto de la límpida mirada, se perdió para mi desconsuelo, en la lejanía de un todo abstracto, y el candor de la sonrisa que anunciaba el agrado por mi amorosa cercanía, se cambió por un rictus de dolor, generado por  la incomprensión egoísta de mi espíritu abatido. Y la otrora grácil caricia de sus manos sonrosadas, con infame indiferencia me castiga, golpeando hoy la piel de mi rostro acartonado.

Que soy otro, me dijiste, que soy ahora casi nada, nada del que en otros años conociste, y yo, tan falsamente orgulloso, tratando de sentirme fuerte para no desilusionar a tu mirada, ante la cual, me derrumbo cual despojo inanimado, al sentir que todo ha quedado en el pasado.

Ahora comprendo que lo peor de llegar a viejo, no es el dolor de los huesos de las piernas y la espalda, no es el titubeo del tacto adormecido, ni la ausencia de las ideas o la cortedad de las palabras de lo que torpemente se expresa; llegar a viejo, es sentir que el amor eterno era sólo una promesa, es sentir, cómo penetra, hiriendo el alma como fría puñalada, el rigor de una mirada en desacuerdo, y cómo pesan las palabras desdeñadas que te enjuician si razón, porque simplemente, no se quiere saber ahora, que el clamor del amor de ayer, sigue siendo el mismo, del cual no se quiere escuchar más nada.

Ahora sé, el porqué de la perenne insistencia, de que renunciara antes de que no pasara nada, porque la nada, era en realidad, acostumbrarme a no vivir, porque tu  amor no era sólo para mí; ahora sé, que lo peor de llegar a viejo, es vivir sin ti.

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