La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión
Nació en 1906 en Hannover Alemania, y falleció en Nueva York en 1975. Fue una extraordinaria pensadora política y filósofa, y redactó textos que me marcaron en mis tiempos de estudiante de licenciatura. Poco escribió Arendt sobre la situación de la mujer, supongo que el tema le quedaba a miles de leguas de distancia dado el nivel de profundidad en la que estaba involucrada intelectualmente, habiendo sido alumna de Heidegger y de Jaspers e interlocutora de Platón, Aristóteles, Kant, Maquiavelo, Marx y Montesquieu. A mí no me producía otra cosa que admiración intelectual, y sus escritos suponían para mí desafíos de gran envergadura que me impulsaron a crecer y madurar en cuanto a mi forma de interpretar el mundo, la historia y la política.
Alguna vez –por lo demás y dicho sea de paso– me tocó escuchar a una profesora que hizo un análisis sobre Platón “desde la perspectiva de género”, reducido a señalar de una manera adolescente y simplista la manera en que se hacía omisión de la visión de la mujer para el abordaje sobre temas tan abstractos como el bien, la virtud, la justicia o la templanza. ¿Dónde encaja la perspectiva de género, me preguntaba yo agobiada, en la idea de tiempo en el Timeo o en el origen del lenguaje en el Crátilo, o en el Mito de la Caverna de Platón?A mí me parecía tan absurdo como lo sería preguntarse por el color de una ecuación diferencial o por la temperatura de una raíz cuadrada.
Uno de los primeros textos que leí de Arendt, La promesa de la política, en donde ofrece una reconstrucción de los pilares, referentes y trayectorias fundamentales de la tradición de pensamiento político universal que produce una fascinación arrasadora, y que en vez de infantilizarte por vía del trámite de la victimización del tipo que sea, te hace crecer y madurar intelectualmente al ponerte frente a problemas de gran abstracción pero que dan en el blanco, y que han durado siglos en una discusión que iba de Sócrates a Marx pasando por Hegel y Montesquieu, y en donde tú lo que leías no era a una mujer desde su “perspectiva de género o feminista” y ni siquiera femenina, y mucho menos a una víctima de la opresión heteropatriarcal, sino a un cerebro humano poderoso así tal cual, trabajando a toda máquina para desentrañar problemas fundamentales de la acción política y de la tragedia que supone vivir en la ciudad en su sentido clásico, y sobre la forma en que occidente ha abordado ésta y algunas otras cuestiones derivadas en correspondencia.
Sin duda, la perspectiva de género es necesaria y muy útil cuando se trata de juzgar a una mujer que cometió un delito o hacer justicia si fue víctima de un crimen y en cuyo contexto su condición de género es determinante, o al momento de diseñar una política pública para otorgar becas, subsidios o microcréditos -está probado que la tasa de repago de las mujeres es al menos 20 puntos más alta que la de los hombres, es decir, las mujeres son más cumplidas en pagar sus créditos-, entre tantos usos útiles que puede tener dicha perspectiva que hay que cuidar de no llevar al extremo, para evitar caer en el ridículo y pervertir su sentido. Al menos al momento, no he leído a ninguna feminista que logre replantear el pensamiento político occidental fundamentado en Sócrates desde la perspectiva de género,y me parece así porque se trata de una cuestión más bien práctica que filosófica.
Para mi generación, Arendt cobró fama sobre todo con su texto Los orígenes del totalitarismo, que fue muy citado y referido por algunos teóricos de la política y alguno que otro politólogo, subidos todos a la cresta de moda de aquéllos tiempos: la transición a la democracia, para la defensa de la cual solían acudir mucho a ese texto de Arendt, que utilizaban para enderezar una crítica al autoritarismo como una suerte de antesala del totalitarismo, y que les servía para disparar sus tiros contra el “régimen autoritario del PRI”. A mí nunca lograron convencerme en esa interpretación puntual de Arendt, y hoy en día veo a muchos de esos politólogos como “comentócratas” a los que nunca nada les satisface, instalados más bien en una cómoda posición de tipo platónico me parece a mí (y para esto sirve leer a Arendt precisamente y entre otras cosas), en donde el bien absoluto (o la democracia pura) jamás son logrables en el presente. No salen de ahí y llevan años diciendo lo mismo.
Pero a mí lo que me marcó en realidad fue otro tipo de textos de Hannah Arendt: eran los que abordaban cuestiones sobre la esencia de la política y el fundamento de la acción humana, tales como ¿Qué es la política? o, en efecto, La promesa de la política, así como ese texto extraordinario de tipo aristotélico, La condición humana, donde explora las razones por las cuales se activa la voluntad de los hombres (dispositivo central a la hora de comprender la praxis política y social), no se diga el estremecedor ensayo Eichmann en Jerusalén, cuyo subtítulo nos lo dice todo: un estudio sobre la banalidad del mal y que trata sobre los juicios contra los nazis tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los cuales tuvo oportunidad de cubrir para la prestigiosa revista norteamericana The New Yorker en los años cincuenta, lo que da motivo para la película biográfica de 2013 que lleva su nombre.
En definitiva: una mente brillante, brillante y poderosa es lo que a mí me pareció siempre Hannah Arendt, convicción a la que llegué sin detenerme a pensar si se trataba de la mente de un hombre o de una mujer.