Inverosímil resulta ver que mucha gente vive en y de las Redes Sociales, en afanes nada productivos, culturales o de inversión, sino por el puro gusto de existir.
En una de esas jornadas de insomnio podemos darnos cuenta que hoy más gente se desvela con un propósito común: revisar sus redes sociales, dar “likes” suficientes como para que se piense que somos importantes, o muy conocidos, y otros que se atreven a convertir sus espacios en remedos culturales o periodísticos, y sienten que tienen toda la verdad en la mano.
Recordemos que quienes escribimos lo hacemos por una información o por alguna opinión, y es ésta tan respetable como las que hayan diferido en su concepto. Nada tenemos que hacer comprando enemigos a un precio gratuito.
Dejamos de hablarles a gente que conocíamos de siempre por una opinión falsa en Facebook, o. porque no le vio “visto” en el Whats App, y lo tomamos, además, como una afrenta.
A otros, los libera de complejos que tienen muy arraigados, y entonces se atreven a escribir palabras altisonantes -groserías- a diestra y siniestra, inclusive, sin tener motivo de ello.
No nos hemos dado cuenta del monstruo que hemos creado, hasta ver que hoy en día los presidentes del mundo ya no informan a los periodistas, y manejan sus “exclusivas” en su cuenta de Twitter, como lo hace el señor Trump o el señor López Obrador, así como sus cancilleres.
No nos hemos dado cuenta de la conquista que ha hecho este fenómeno en la humanidad, y que somos ahora dependientes de redes sociales. Probablemente no lo visualicemos de esa forma, pero es triste salir a la calle y ver a una madre joven, fuerte y diligente sentada con su celular checando sus perfiles, y su pequeño de menos de 4 años con otro celular entretenido con un video juego, o una película infantil.
Y agradecemos a la vida haber transitado en esta magnífica etapa en la que te informas en forma inmediata, pero no somos partidarios de muchas cosas que vemos en las redes, como el ejemplo de estos últimos meses, cuando todos manejamos archivos “en vivo”, pensando que a la gente le interesará saber que fuimos a la feria, o a un festejo, o simplemente, manejando.
No se vale echar a perder un desarrollo tan útil como se ha demostrado, en cuestionar si vamos a comer una “Tota” de mole o de chicharrón crujiente: la verdad es que el manejo del Facebook da para más que eso, y se convierte en un excelente medio de comunicación e información, con los consabidos riesgos que ello implica, como el ser víctimas de información no comprobada, que es lo más común.
Y entonces… lanzamos un dardo muy envenenado -consciente o inconscientemente- que puede ser la diferencia en la existencia de una persona, familia, comunidad o sociedad.
Sucede, valga el ejemplo, como lo que aconteció con la “Guerra de los mundos” de Orson Wells: un fenómeno social que impactó de forma tal que la gente que escuchó aquel programa radiofónico sufrió consecuencias muy significativas.
Pongamos un remedio, un “hasta aquí” y regulemos el tiempo de uso de aparatos de esta naturaleza. Por ejemplo, preste a sus hijos el celular una o dos horas para que jueguen, y después invierta tiempo en salir con ellos a caminar, a la tienda, a hacer deporte o ver un programa juntos en el que se preste la interacción.
Ya no traspasemos la tutela de ellos a un aparato, cuya utilidad depende de la batería y un cargador.
Es hora de ver lo que está pasando con nuestros niños. Hoy, hay muchos más individuos que actúan fuera de la ley, y seguramente la falta de comunicación en la familia y el exceso en este tipo de “juguetes” tienen una importante responsabilidad al respecto.
Hay estudios muy interesantes que nos pueden aclarar el tema, pero por lo pronto, dejemos los celulares un momento y leamos.

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