La encrucijada de las diferencias.

La única manera de saber si necesitas de algo o de alguien en la vida para sentirte realizado o amado, en los momentos en los que te asalta la duda por sentir que estas crónicamente ligado a la idea de que dependes de ello para ser feliz, es hacer una pausa, tan corta o tan larga como se requiera, para que se abra tu mente a la meditación, de la cuestión que te quita el sueño y por instantes te hace perder la razón, al entrar a esa encrucijada que parece no tener forma de salir; y si en el febril esfuerzo, logras entender que el problema es el desconcierto de muchas otras personas, que igual piensan en que, para merecer hay que sufrir, y se dejan abatir por la desesperanza, aceptar debes la verdad, aunque te duela, pues la conocías con anterioridad, más la negabas para evitar la soledad.

Una pregunta surgirá de inmediato, ante la posibilidad de ver perdido el trato desigual con aquello que te da la falsa seguridad que presumía, pero que  se arraigaba en tu ser, para hacer más grande el mal que padecías, por no creer en ti, por no elevar tu autoestima.

Quién, sino tú, eres el que hace grandes o pequeñas las cosas que te quitan la paz y te roban la alegría. Tú, que aseguras no tener voluntad para enfrentar los retos del día a día, pero sí la suficiente capacidad de decisión para encadenarte, por creer en la falsa comodidad de que sean otros, los que decidan por ti, al convertirse en modelos defectuosos o engañosos  guías, pero termina por convertirte en un esclavo suyo.

Amarte debes a ti mismo, para rescatar tu valía y tu orgullo, y así ser dueño de tu vida, de todo lo que es tuyo.

La felicidad es el punto medio donde coinciden las diferencias a las que debes renunciar, para que desaparezca en nombre de la paz y la igualdad, cualquier sentimiento de superioridad que te amargue la existencia.

Amor, es la referencia, que sólo puede hacerse realidad, cuando se terminan las diferencias entre los que se deben amar.

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