En ese mundo de silencio en el que vives, lo único que alimenta mi esperanza es tu brillante y límpida mirada, y aunque no me digas nada, yo sé que me estás hablando, aún más que cuando el hermoso tono de tu voz calmaba todas mis angustias, ya sea diciéndome que me amabas, ya para orar por mí cuando partía de tu lado.
Te extraño, sí, cuando las ventanas de tu alma están cerradas y no me miras como antes me mirabas, cuando tu silencio es aún más profundo que una herida infringida por la ausencia de una madre tan querida, cuando mi voz no llega a la distancia tan lejana, allá donde duerme la inconsciencia y no puedo despertarte cuando más quisiera.
Ante ese silencio que inquieta mi alma, no puedo consentir mi actitud frustrada, y entonces, a pesar de estar tan cerca de ti, te siento tan distante como si no existiera nada.
Me dicen muchas veces, que apenas unas horas antes, reías por las ocurrencias de alguno de tus hijos que ahora parecieran consentidos, que han sabido hablar contigo, de aquello que aún permanece fresco en tus recuerdos; mira lo que son las cosas y lo que nos hace el tiempo, tú que me consideraste en algún momento la luz que iluminaba las tristezas en tu vida, ahora resulta que mis palabras son tan frías y apagadas, que no logran encenderte para que me regales la más pequeña y anhelada de tus sonrisas.
Madre, no importa cuánto tarde en hacerte sentir mi amor y mi presencia, si tu cierras tus ojos cuando esté junto a ti, le pediré a mi corazón que te hable, yo sé que él puede ver más allá de lo imaginable, porque estás tan cerca de Dios y para nuestro Señor no hay imposibles y tiene el poder para que cualquier órgano de su creación hable.
Correo electrónico:
enfoque_sbc@hotmail.com