María de mis amores
María, amada mía, mi niña de espíritu inquieto, de lenguaje abierto y directo, brillante lucero que ilumina mi pálido y añoso firmamento, destello inesperado que luce siempre una sonrisa enigmática llena de sorpresas.
María, la de los ojos grandes más que abiertos, de mirada inteligente que ve a través de la opacidad de los cuerpos que se dicen transparentes, y encuentra siempre lo mejor del ser humano para arrancar de raíz lo que los transforma en entidades inteligentemente decadentes, la que arrebata las palabras para desviar su significado, la que no sabe mentir y se disculpa irónicamente por atropellar la sapiencia de los que dicen conocer el mundo, pero ignoran la simplicidad de tu real conciencia.
María, la que se empeña en distinguirse de los demás con sus extraordinarios arranques de expresiva algarabía, la que cuestiona, reclamado para sí, un lugar en la vida de los que se consienten saludables, pero vulnerables a las expresiones de inconformidad que manifiesta y que, haciendo ruido, se traducen en el escape subliminal de un llanto, que existe muy adentro, y que, por ser tan constante, va formando ríos con la intención de llegar al mar para ser comprendido y atendido.
María, la de mis tormentos de antaño, la niña consentida que al sentirse triste buscaba con afán mis brazos para compartir en el más tierno abrazo, un dolor ya muy conocido por su abuelo, de ahí que al brindarle consuelo y quedar dormida, la llevaba al país de los sueños, de las más hermosas fantasías, allá donde el sol y la luna se abrazan y dejan de competir por apoderarse de su cielo, un cielo de paz y de armonía, lleno de amor como siempre lo ha soñado y lo desea.
María, la de las ausencias inesperadas, que anteceden a las abruptas tormentas del ejercicio libertario del derecho de expresar su sentir, ante los motivos que originan su malestar existencial.
María no es una niña, es un ser humano, pequeña en edad, pero grande en espíritu, que, por la necesidad de encontrar solución a sus quebrantos, ha ido explorando tiempos y espacios reservados para los adultos.
María, cuánto le has enseñado a este niño viejo que hay en mí, eres el espejo de un eterno reclamo infantil de ser escuchados con respeto, de ser tomados en cuenta cuando la conciencia de los adultos presenta una regresión a lo más primitivo del ser humano.
“Dejad que los niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” (Mt 19:14).
El reino de Dios pertenece a aquellos que tienen la humildad y la confianza de un niño.
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