Amor de amores

He despertado al amanecer de la vida, y en mi primer aliento, aspiro toda la esencia del amor que me acompañará por siempre en mi día a día.

En este primer momento estoy frente a ti, mi Dios, mi todo, estiro mis brazos buscando los tuyos, me abrazas, te abrazo, y en esa suave e intensa caricia, el calor de tu divino cuerpo se queda para siempre conmigo.

Me miras, y veo tu esencia divina, cuánta claridad refleja tu dulce mirada, cuánta paz, cuánta armonía, que hace latir de gozo mi corazón al ritmo de la más hermosa melodía con la que se mueve el universo.

Te ríes, me río, y en esa afable sonrisa que imagino sin verte, sin decir una palabra me dices todo, me haces ver mi pasado, mi presente y lo que está por venir, me siento seguro al ver el futuro con una eterna alegría.

Me escuchas, te escucho, me llamas hijo y en el maravilloso regocijo de saber si mi origen es terrenal o divino, abro aún más mis ojos, para ver qué hay detrás de la claridad de la luz que emana tu amorosa entidad y veo lo que, en algún momento, todo mortal vio, una increíble y hermosa mujer a la que todos llaman María, a la que yo llamé madre, desde aquel primer día al despertar al amanecer de mi vida.

Madre, amor de amores, amor de siempre y para siempre, he aquí a tu hijo, un tanto callado, un poco alejado en presencia física, pero mi corazón y mi espíritu jamás de ti se han marchado.

¿Quién dice que a Dios nadie lo ha visto? Todo hijo ha tenido una madre, toda madre a un hijo, amor de amores, estoy aquí y estoy ahora.
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