Te esperé, como se espera la llegada de la felicidad preconcebida, la alegría de saber que vendrías se convirtió en una prioridad en mi vida, la ilusión de tenerte entre mis brazos, me dio motivos más que suficientes para contar cada uno de los días, y durante la larga espera, la ansiedad por conocerte me mantenía más despierto que dormido, y si dormía, sin saber quién eras, te soñaba, pidiéndole a Dios que le diera a tu ser la más bella anatomía conocida, sin olvidar, que lo más importante fuera un corazón lleno de amor, tan parecido al del Señor, para poder adorarte sin pecar, por ambicionar tanto en la vida.

Cuando por fin llegaste, mi vida cambió para siempre, de sentirme fuerte como era, con sólo una mirada tuya, caí rendido por la debilidad que causabas en mi espíritu valiente, que ante ti se sublimaba, volviéndome tan vulnerable y dependiente de tu amor, y más por temor que por vergüenza, disimulaba no sentir más de lo esperado, ante la mirada de quien me observaba con cuidado y a la menor señal de mi debilidad tan evidente, me arrebatara tu amor en un acto egoísta y despiadado.

Qué afortunado fui cuando tu corazón sintió lo mismo por mí, por un tiempo nos volvimos inseparables, a veces fundidos en un abrazo, siempre tomados de la mano, deteniendo nuestro caminar lleno de armonía, durante el esplendor de nuestros días, para agradecer a Dios la dicha que nos había concedido y por todo lo que habíamos forjado.

Hoy, después de tanto tiempo, cuando parece que el destino nos quisiera separar por la diferencia de pensamiento y por los años, te lo digo de frente, te sigo amando igual que siempre, y ante ese sentimiento negativo que corroe tu alma a la cuál quisiera abrazar como cuando eras niño, en la distancia te abrazo Sebastián, mi primer nieto, el más deseado y esperado, sabes que siempre podrás contar conmigo.

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