La fuerza del amor.

Sus labios apenas rozaron mi mejilla, pero ella amorosamente me compensó aumentando el número de besos, y lo mismo que ayer, su tierna caricia iluminó mi vida, haciéndome sentir de nuevo como un niño, y aunque el tiempo quiera dominar ahora su voluntad y fuerza física, la dulzura que emana de su ser maravilloso, como suave brisa, mueve las más finas fibras del centro de mis sensibles emociones.

Todo, todo sigue en paz y en armonía, entre nuestros corazones, ella, con la divinidad de su amor de madre, y yo, como afortunado y dichoso hijo, tan unidos espiritualmente desde el día en que me concibió en sus gratos pensamientos y me anidó en su vientre.

El roce de su bella mano en mi cabeza, me llena de recuerdos gratos, me veo en su cálido regazo recostado, escuchando la canción de cuna con que calma mis temores, y con su mirada llena de ternura, recorre mi frágil estructura, apreciando en parte de mi endeble anatomía, partes de su propio cuerpo y el de mi entonces amoroso padre, y la escucho decir con alegría a todos los que vienen a mirarme: ¡Es mi hijo, mi adorado hijo que ha venido a esta vida con su luz a iluminarme!, mientras yo, para mí digo: Madre tú eres el lucero, la estrella de brillo inagotable que me guía, sin ti, sin tu infinito amor, vida no tendría.

La fuerza de sus labios apenas si rozaron mi mejilla, la fuerza de sus brazos en un abrazo suave y delicado me arrullaron, la fuerza de su amor es tan grande como el día en que me concibió.

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