Los maravillosos recuerdos de la infancia, viven para siempre, para dar riqueza en abundancia en el corazón del sembrador enamorado. Sembré la semilla del amor, del amor puro, para vivir la vida feliz y apasionado
Infancia y campo
La blanca mañana, el sol caluroso ilumina mi día,
no lejos, observo extasiado el verdor de los cerros,
divina esperanza, natural belleza y perenne alegría.
¡Qué hermoso paisaje de vistosos y alegres senderos!
Frescura y aroma, armonioso el campo florido lucía,
firme su tierra, frondosos ramajes forjados de aceros,
arroyo tranquilo, imagen reflejo del río que triste corría,
recuerdos de niño, anhelos de hombre, fugaces viajeros.
Despierto soñando, conservo el deseo que mi alma ansía,
soñando despierto, flotando en el aire, rincones caseros,
buscando el origen del miedo escondido, que consumía
mis noches, mis días, moldeando mi vida como alfareros.
Las huellas profundas del noble linaje que yo presumía,
marcaron mi vida, mi alma, mis sueños primeros.
Ahora en silencio, compruebo dichoso que mi fe crecía,
recuerdos del cielo nocturno y sus bellos luceros.
Familia feliz, abuela, abuelo y madre que me consentía,
raíces profundas, frutos, sombras, amigos sinceros,
regreso anhelado, el viento, la cuna que a mí me mecía,
risas, cantos, las buenas historias de aquellos voceros.
Precioso alimento que nutre mi ser de tanta energía,
recorro admirando las calles, los huertos y sus linderos,
reposo en la hierba, recibo gustoso su tierna caricia,
y pasan los hombres portando sus grandes sombreros.
Recuerdos que a veces provocan el llanto del alma mía,
¡mi suelo querido!, recibe mi canto, mis buenos deseos,
recibe mis letras y cúmplase en ellas la fiel profecía:
¡Que a esa tierra regrese mi vida, mi amor, mis anhelos!
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