Cargando la cruz

Mi Señor, mi Dios, mi todo, perdona a este aprendiz de discípulo tuyo, porque no soy digno de atar tus sandalias, y por ello llenarme de orgullo  no merezco llamarme hijo tuyo, más tu amor, de mi espíritu es suyo.

Mira que pensar un día, podría cargar con mi cruz y resultó que no pude ni cargar con mi orgullo, mas tú, divino Redentor, con evidente disimulo, dejaste que lo intentara, para que sintiera en carne propia, el glorioso valor del bendito sacrificio tuyo.

Aquel día de mi temeraria y valiente aspiración, llegado el momento oportuno sin vacilación, me dije: Si mi Dios pudo, yo podré también cargar mi cruz.

Mas cuando fui tumbado al suelo sin contemplación, mi cuerpo tocó el madero  en forma de cruz, que inerte, me esperaba por  tomar tan difícil decisión.

Y conteniendo el miedo a la muerte con resignación, me propuse a levantarlo del suelo, para cumplir mi misión, mas, la fuerza me abandonó, en franca y cobarde anticipación.

Habiendo caído de nuevo en la tentación, cansado y rendido, Tú te quedaste conmigo a luchar contra el enemigo y tomando mi cruz dijiste: levántate, que aún tu misión no ha terminado.

Entonces, desesperado, toqué tu manto sagrado, regresando la vitalidad a mi cuerpo, sellando así un pacto por demás consagrado.

Regresaron a mí la confianza y la fe, que se habían extraviado.

Señor, ahora que estoy vivo, déjame llevar mi cruz al calvario, mas, de pronto me vi, de espaldas al suelo sobre el madrero, y antes de que el verdugo clavara los clavos, pusiste tu divino dedo sobre mis muñecas y pies, sintiendo recorrer un fino dolor exquisito por  todo mi cuerpo, y mirándote a los ojos recité una plegaria bendita: Jesús, he aquí a este humilde aprendiz de discípulo tuyo, gracias por tu misericordia e infinito amor que me ha resucitado, aleja para siempre este cobarde temor, que me hace padecer y mi fe debilita.

Correo electrónico:

enfoque_sbc@hotmail.com