Son los pensamientos como el fino polvo del camino sin andar, que inesperadamente salen de la celda de la eterna espera, para dejarse llevar por el viento, dispersándose por igual en el llano y la pradera, buscando con notable esfuerzo, hacerse ver en la oración o el verso, mientras que el polvo se convierte en piedra, para vivir otra realidad.
Viento, llévame a lo que ha de ser mi destino, llévame con la suavidad del impulso matutino, para poder estar en el lugar preciso, allá, donde el amor es puro y cristalino, allá, donde las palabras son como las rosas, que les basta su aroma y su color, para despertar del sueño a quien permanece dormido sin soñar.
Cuando hayas caminado por lo inesperado de la vida y tus pies descalzos estén cansados de probar el fino polvo del camino, ábrele la puerta al pensamiento, para que el viento te haga volar hasta llegar al jardín de los recuerdos, y encuentres la nueva primavera que dejaste hace mucho tiempo atrás; siéntate en la piedra de la realidad vespertina y si eso te hace sentir que llevas una carga ligera, convierte tu cuerpo material en un frondoso árbol de sabiduría, verás cómo en sus verdes hojas estará escrito un verso, una hermosa poesía de la vida, que compartiste con los divinos elementos con los que el Señor dotó a la tierra.
Más, cuando te parezca que el viento dejó de soplar, no te olvides que Dios te dio la vida, con el mismo aliento que utilizó para crear todo cuanto has amado en el planeta, y ese mismo hálito de vida te llevará al lugar de paz y de su dulce y eterna compañía.
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