En el mes de julio celebramos un aniversario más de vida matrimonial, con ese motivo, muchos familiares y amigos nos felicitaron por la gran proeza de lograr cuarenta y cinco años de unión sacramental; entre las felicitaciones una de nuestras amigas, que ha sido testigo de las primeras etapas de nuestra vida conyugal, comentó, que en verdad era de admirarse cómo logramos mantener la unidad por tanto tiempo, habiendo enfrentado tantos retos, por cierto, uno de ellos era el habernos casado antes de que yo pudiera garantizarle a María Elena una seguridad económica estable, pues nuestro enlace se llevó a cabo cuando cursaba el tercer año de la carrera universitaria. Después vendrían múltiples pruebas de un grado de dificultad no menos importante, pero quiso Dios, que nuestra barca no naufragara, porque no todo fueron tormentas, tuvimos también mucha paz, y sobre todo, la certidumbre de llegar a buen puerto con su ayuda.

Pues bien, no he de negar que en tantos años de vida matrimonial no se susciten situaciones difíciles que tengan algo que ver con la economía doméstica, pero de hecho, la mayoría de los inconvenientes, se presentan debido a no llegar a buenos acuerdos en la solución de ciertas cuestiones, porque habremos de reconocer, que el hombre y la mujer son totalmente diferentes en su manera de ser, pensar y actuar.

El matrimonio resulta ser como una escuela donde las parejas tienen que aprender a conciliar intereses, a negociar, incluso, a perdonar los errores; una escuela que tiene más grados de los que uno quisiera tener que cursar, para llegar al final de la carrera.

En una ocasión, una mujer que trabajaba como guardia de seguridad en una tienda de autoservicio, nos detuvo en la puerta y nos dijo: ¿Pueden contestarme algunas preguntas? Desde luego respondimos al unísono; mi esposa me cedió el lugar para contestar, pensando ambos, que tal vez alguna mercancía tuviera uno de esos chips que tienen que retirarse en las cajas y se hubiera quedado prendido a algún artículo.

La pregunta no fue en ese sentido, sino relacionado a nuestra persona; ella dijo: ¿Cómo le hacen para estar siempre juntos? Me extrañó la cuestión, porque no nos habíamos percatado que ella siempre nos estuviera observando, y antes de responderle miré a mi esposa, y sin titubeo le dije: Necesita amar tanto a su pareja para no dejarla sola nunca. Después la vigilante de seguridad comentó: Yo llevo muchos años de casada, y nunca he podido hacer que mi esposo me acompañe a hacer las compras. Nos despedimos de ella y María Elena me pregunta: ¿Por qué me miraste antes de contestar la pregunta que nos hicieron?

Porque soy yo el que siempre te insisto en que me acompañes a todos lados, y normalmente, tú tienes la capacidad de priorizar tus necesidades, si te urge hacer la comida, lavar o planchar, prefieres quedarte en casa y me pides que yo vaya solo. Desde luego, que el hecho de que ella tenga una opinión diferente a la mía, no significa que no me ame igualmente, pero siento que en nuestra unión, yo he sido el “culpable” de que estemos siempre juntos; así como me acuso de haberla comprometido a casarse conmigo, cuando parecía que no era el mejor momento; porque quién en su sano juicio, se casa con alguien que en realidad no podía ofrecerle nada más que amor.

Cuando un joven desea casarse, por lo general escucha decir a los mayores: ¿Con qué la vas a mantener? ¿Con amor no se come? ¿De qué van a vivir? ¿Y los niños? ¿Cómo los van a alimentar, a comprarles su ropa, a darles educación? Sí, fui un joven inconsciente, inmaduro e inseguro, pero Dios sabía que la amaba, que la amaría siempre y no podía vivir sin ella. Afortunadamente ella es muy diferente a mí; me ama, ni qué dudarlo, pero no es egoísta y tiene la enorme capacidad de amar a los demás.

Aún es fecha que nuestras diferencias son muy marcadas, de hecho, con la edad, ella se ha vuelto tan sensible, que aunque yo no tenga la intención de ofenderla, guardo cuidado de no emitir señales equivocadas que se puedan malinterpretar.

Dicen, los que aseguran conocerme, que hablo mucho, pero yo les aseguro que permanezco más tiempo callado, porque para alcanzar la vida plena es necesario ceder y conceder para lograrlo.

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