Bastaría una sola lágrima de tus divinos ojos, para que al caer del cielo, receptor de nuestras plegarias, convertida en prodigiosa lluvia milagrosa, saciara con suficiente gozo, la sed de la esperanza, tan ausente en nuestras horas de mayor congoja, al sentirnos vulnerados en el cuerpo material, que aloja el espíritu de tu esencia bendita, convertida en el soplo que nos diera vida; y todo, todo por la ignorancia y la ambición de los hombres, que sin tener plena conciencia, te retan cada día de su oscura existencia, al romper con las reglas de la sana convivencia, de la armonía y de la paz tan anhelada por todos tus hijos en la tierra.
Bastaría una sola palabra, salida de tu misericordiosa boca, para que al ser escuchada por el corazón de los que te amamos y adoramos, sanar pudiéramos de todas las heridas, de las que merecíamos sin duda alguna, y de las que no, pero que tuvimos que recibir por fortuna, para reconocer en ellas, el dolor que nos causa el habernos alejado de Ti, y que, convertidas en una sola, deja expuesta todas nuestras debilidades humanas.
Bastaría una sola oportunidad, para que, a tu paso, junto a nuestra miserable vida, pudiéramos sutilmente tocar tu bendito manto y supieras de inmediato que nos duele tanto, el no seguir el mandato de amarte y amar a nuestro prójimo, para no caer en la tentación de negarte cuando más necesitamos de Ti.
Bastaría mi Señor, que, en un acto de infinita misericordia, perdonaras nuestras ofensas y nos miraras de nuevo como tus hijos, para merecer la gloria que nos tienes prometida.
Bastaría Jesús, que, a una orden tuya, la tormenta que amenaza a nuestra barca hundir, se aleje hoy y para siempre.
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