Mi padre se ha quedado anidado en mi corazón; su imagen, su voz, se niegan a decir adiós y ha permanecido su recuerdo grabado en mi memoria; no sé cómo, ni cuándo, pero de pronto, me veo repitiendo frases o actitudes que aprendí de él.
Fue en mi infancia y con su cercanía, cuando se estableció ese vínculo emocional entre los dos y que me ha acompañado desde siempre y aún hoy, cuando él ya no está conmigo, permanece. Esa confianza de poder acercarme a él, en cualquier momento, con la certeza de su compañía y su consejo, me abrió el camino para hacer de mí una mujer con perspectiva, segura y con visión de futuro.
A veces callado, dominado por el cansancio del día, su presencia siempre me daba esa tranquilidad de saber que no me hacía falta nada; recuerdo cómo se involucraba en mis juegos, me consolaba en mis momentos de angustia y miedo y sabía reir con mis ocurrencias, y cómo disfrutaba mis experimentos culinarios.
¡Cuán importante el amor y los cuidados de los padres cuando los niños son pequeños! Eso me lleva a recuperar lo que Sigmund Freud, autor del Psicoanálisis, decía: “No puedo pensar en ninguna necesidad en la infancia tan fuerte, como la necesidad de protección de un padre”.
Sin embargo, existen personas en las quedesgraciadamente, esa carencia es evidente, pero no olvidemos en su descargo, que en su incansable tarea de proveer lo necesario, de proteger y cuidar el entorno de su familia, invertió las horas y los días de la mayor parte de su vida y debió renunciar en muchas ocasiones de participar de las festividades escolares o de las celebraciones de aniversarios y acontecimientos especiales, todo por asegurar que al final del mes estuvieran cubiertas las cuentas pendientes.
Cómo negar la urgencia de romper paradigmas relacionados con la paternidad. Alejar aquellos prejuicios que relegaban de la función de ser padre, toda expresión de sensilibilidad, ternura o afecto, enalteciendo su papel de proveedor, ligándolo con la imagen de un padre ausente, siempre malhumorado, exigente y represor.
Romper con los roles sociales establecidos que impedían o cuestionaban la participación directa del hombre en la atención de las necesidades vitales y cotidianas de sus hijos, sobre todo cuando eran pequeños, y todo se dejaba bajo la responsabilidad de la madre quien se decía, poseía todas las cualidades requeridas para acompañar el crecimiento de sus hijos.
Estoy convencida que la peor experiencia que puede vivir un niño es el desamparo, la falta de apego, sufrir la ausencia de un padre que le dé la certeza de que no le va a suceder algo malo.
Por el contrario, lo que le produce mayor estabilidad, esla seguridad de que cuenta con su resguardo, que está bajo su amparo y que es capaz de afrontar todo lo que le representa una amenaza, de defenderlo, todo con tal de crearle un ambiente de paz y tranquilidad, que garantice su sano desarrollo emocional y físico, lo que viene a reafirmar que la base de una buena relación entre padres e hijos se cimenta en la infancia; es el mejor camino para establecer una comunicación estrecha en la edad adulta, basada en el conocimiento mutuo, en la confianza.
Hoy tenemos a la mano estudios que muestran y demuestran que es la convivencia cercana, cotidiana, lo que define a futuro el vínculo entre padres e hijos, de ahí que su presencia y participación activa en la crianza y formación de sus hijos es vital no sólo para ellos, sino para él mismo.
El hombre por sus propias características, habilidades y capacidades, apoya la formación del carácter y el temperamento, la determinación y el empuje, el aprendizaje del valor del trabajo, tan necesarias para preparar a los hijos para enfrentar los contratiempos de la vida adulta.
Otros estudios concluyen que quien tuvo a su padre cercano en su infancia, comprometido con su educación, es menos propenso a malas conductas, a embarazos en etapa de adolescencia, a las adicciones, al abandono escolar.
Hoy es un día muy especial, para agradecer, para recordar, para abrazar, para celebrar, para enaltecer a nuestros padres, que hicieron de nosotros hombres y mujeres capaces de trascender, por experiencia o por convicción, a las limitaciones impuestas por los cánones sociales en las tareas de ser padres.
Bienvenida una nueva paternidad responsable, capaz de comprometerse y gozarse, en el afán principal de cuidar y proteger permanentemente a la familia.
“Cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre”: Gabriel García Márquez, escritor colombiano Premio Nobel de Literatura
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