Un buen día, de esos en los que despiertas de manera inteligente y sientes que te has olvidado de ti, de que debes de quererte y consentirte, desaté las amarras de mi voluntad, anclada por los pensamientos que consideramos pesados para cuerpo y mente, sí, aquellos que suelen detenerte cuando llevas el viento a tu favor, y que al explorar el contenido de tan nocivos paquetes, te encuentras con que sólo son eso, pensamientos negativos que se han ido acumulando por tantas situaciones inconclusas y torcidas, que deseaste se resolvieran favorablemente entre tu persona y aquellos con los cuáles interactúas cotidianamente, y que por desgracia para tu bienestar, no pudiste deshacerte en la mejor oportunidad, y dejaste ahí abandonados en un espacio vital, que necesitabas estuviera ligero de equipaje para poder avanzar, dejando el pasado sin culpas y sin resentimientos que ocultar.
Pues bien, un buen día como dije, salí a caminar, lo hice en soledad, yo pensé engañosamente, que era sin rumbo fijo, pero la verdad, todos los que tenemos alguna necesidad y decimos no saber cuál, sabemos para donde caminar, y mi pasos, de inicio titubeantes, al poco rato se tornaron más seguros, tanto, que mi cuerpo, otrora inclinado hacia adelante, terminó erguido como el palo mayor de un espléndido velero; en ese momento me pregunté ¿Dónde está el miedo ? Y me contesté: Se ha quedado atrás, tanto como ahora no se distingue el límite entre cielo y tierra, por eso avanzo ligero y he de asegúrales, que en ésta travesía, no importa si es de noche o si es de día, no importa en sí el tiempo que tarde, porque yo sé que habré de llegar a puerto seguro, aquél, en el que ni la fiera tormenta o impresionante temporal, me haga temer o dudar más en mi vida, porque la luz que emana del faro que cuida y pone a salvo las almas de todo navegante que piensa estaba perdido, encontrará la paz, en Jesucristo nuestro divino guía.
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