Pues sí, todos llegamos a tener miedo alguna vez en la vida, mas, cuando logramos vencer aquello que nos causa esa desagradable emoción y logramos recuperar la estabilidad que tanto apreciamos, poco podría durar, porque bien sabemos, que esa dicha puede ser temporal, sobre todo en estos tiempos en los que se percibe en el ambiente un evidente estado de indefensión y vulnerabilidad social.
Cuando reina la incertidumbre, las personas buscan el amparo, ya no de aquellos que ostentan un poder político o económico, pues seguramente estarán muy ocupados en cuidar sus intereses y de proteger a sus más cercanos familiares y colaboradores; tal vez, los más indefensos busquen refugio en la fe, porque el sentir estar bajo la sombra del Altísimo, les da paz a su alma; otros, como yo, sin menospreciar la importancia de saberse fiel creyente del Todopoderoso, sabemos que el Señor nos pone en el camino de personas iluminadas por la sabiduría, que logran establecer la calma en nuestro ser, en mi caso, cuento con mi tío Tiótimo, que como él dice, está más allá del bien que del mal y es tan trasparente ideológicamente, como transparente es su delgado cuerpo, tanto, que se podría visualizar una lombriz en sus intestinos sin necesidad de utilizar sofisticados estudios de imagen o laboratorio; pues bien, un día me acosaba un sentimiento de temor, y no deseando especular, culpando a tantos descalabros sociales por las diferencias ideológicas y el ensayo de procedimientos un tanto mágicos para resolver la perenne problemática de las sociedades poco favorecidas por la justicia y la equidad económica, preferí visitar al tío Tiótimo para que me iluminara con su sabiduría, así es que salí con la luz del día rumbo a su rancho “El Olvido”, afortunadamente no se presentó en el camino ningún inconveniente, y cuando por fin visualicé aquella apacible casita construida en lo alto de aquella loma, respiré profundamente, como cuando siente uno que regresa la paz al alma, al ver la delgada figura de aquella leyenda viva que acompañó en su momento a grandes figuras de nuestra Revolución Mexicana, y fue testigo de la conformación del nuevo orden constitucional; en fin, por ello siempre me he sentido muy orgulloso de ser descendiente del tío Tiótimo. Dejé el auto estacionado al pie de la loma y subí por la vereda de terraplén hasta llegar a la casa y disimulando un poco mi alegría caminé a paso rápido tratando de darle un fuerte abrazo al pariente, pero él me paró en seco y dijo: No me tomes por despreciativo, pero mis huesos son tan frágiles como la economía del país, entonces extendí mi mano y él extendió la suya, dejando que tomara la iniciativa en el apriete, esto para ser consecuente con su fuerza, y pensando que era poca, me llevé una sorpresa por el tremendo apretón que me dio; del saludo pasamos a sentarnos, él en la su mecedora marca “Malinche”, yo en la silla que tenía destinada para las visitas. Al estar frente a frente me escaneó con su mirada y antes de que pudiera decirle el motivo de mi visita me preguntó: ¿Vienes a que te cure de espanto? En ese momento pensé, ahora resulta que el tío lee la mente; entonces le dije, a ti no te puedo mentir, susto no traigo, si acaso algo de temor, y vine a verte para que me ilustres para saber a qué le tengo miedo y cómo puedo combatirlo. Mira mijo, comentó el pariente, no tienes que preocuparte por nada, porque el miedo actualmente es como una pandemia, afecta a todo el mundo, no hace distingos entre ricos y pobres, blancos o negros, políticos o zombis, adultos o niños; más pronto de lo que te imaginas regresaremos al estado de nuestra zona de confort ficticio, los que duermen y despertarán, los ciegos recuperarán la vista, los supuestamente inocentes revelaran su verdadera personalidad, los que simulada sordera, escucharán. No entiendo tío, a que te refieres. El pariente levantó el ala de su sombrero, se rasco la poca cabellera blanca que cubre su frente y dijo: Acaso no has escuchado aquella frase que dice “Con el andar de la carreta, se acomodan las calabazas”. Dicho lo anterior el Pariente agradeció mi visita y me despidió cortésmente.
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