A lo largo de los años, dos han sido los esquemas de influencia a partir de los que se fue definiendo mi concepción de la política. Uno es de carácter familiar, el otro es de carácter teórico-académico.

Por un lado está mi abuelo, Juan Báez, líder campesino en Tamaulipas que tuvo a Emiliano Zapata y a Andrés Molina Enríquez por referentes, y que inició una verdadera tradición en mi familia marcada por la preocupación por los asuntos públicos de la que habría de derivarse un sentido de responsabilidad por la política y el destino de mi país que a todos nos ha marcado en uno u otro sentido.

Por otro lado y en correspondencia, está el esquema de influencia académica en virtud del cual terminé optando por el estudio de la economía, en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), una de las mejores escuelas de economía en el país, como el ámbito principal de definición y comprensión de los grandes problemas nacionales, y que estimé como la mejor ruta de preparación para poder intervenir y contribuir, en la medida de lo posible, en la definición y solución de esos problemas por los cuales me sentía generacionalmente responsable gracias a aquél sentido de deber cívico y político con el que, por ascendencia familiar, fui educada.

Después, ya en el servicio público y desde distintos frentes de desempeño laboral y profesional, pude ir madurando dialécticamente un concepto de la política a partir de la toma de contacto con infinidad de problemas y cuestiones de tipo administrativo, presupuestal, de gestión pública, de contacto con la burocracia y de alta decisión ejecutiva, mediante los que esas influencias fueron complementándose y modificándose dinámicamente, para permitirme comprender hoy, con mayor claridad, la dramática centralidad que tiene la política y el poder político para la vida de una sociedad.

El dramatismo se define por el hecho de que se trata de una actividad constitutivamente inestable al tiempo mismo de ser ella la responsable de construir un equilibrio que permita a la totalidad social mantenerse en el tiempo con un mínimo de orden y un mínimo grado de racionalidad. Esta es la razón por la cual se ha dicho, con toda justicia, que la política es una actividad prudencial y arquitectónica. Ya no es entonces solamente la determinación económica de los problemas sociales, o la responsabilidad cívica y política que sobre tales problemas pueda uno tener: es la manera en la que, desde las instituciones y desde el poder, se puede transformar la realidad manteniendo un grado de estabilidad arquitectónica que impida que la totalidad en su conjunto colapse en el intento de ser sometida a determinados procesos de reforma o transformación según el grado de intensidad y radicalidad que se les quiera imprimir.

Y aquí es donde encaja, como si de un destilado natural se tratara, Teoría y técnica de la política de Antonio Lomelí Garduño, escrito en un tiempo crucial para el mundo y para México —el fin de la Segunda Guerra Mundial y la consolidación del nacionalismo revolucionario y la unidad nacional avilacamachista —y desde cuya perspectiva situacional tuvo la claridad para definir algo así como un estatuto de la política mediante el que fuera posible comprender las claves de su exclusiva mecánica interna, independientemente de sus determinaciones específicas, ya sean sociales (estudiadas por la sociología), económicas (por la economía), jurídicas (por el derecho) o incluso, podríamos añadir hoy, antropológicas o etnológicas (estudiadas por la antropología o la etnología).

Se trata de un autor que encara sin dudarlo y sin eufemismos el problema de la función de la política, del político y del poder, la lucha por la consecución del cual es para él —y aquí lo que nos recuerda es a un jurisconsulto romano como pudo haberlo sido Cicerón— el más virtuoso, dramático e importante hecho social, y la más alta y noble aspiración que un ciudadano puede tener.

En una época como la nuestra, de tanta sobresaturación de información pero tan carente de criterios para filtrarla y clasificarla; y tan necesitada también de recuperar un cierto número de virtudes políticas, sobre todo para las nuevas generaciones, hemos considerado pertinente volver a reeditar este libro, desde la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, a poco más de setenta años de su aparición, de un autor ciertamente poco conocido pero que sin duda, me parece a mí, dio en el blanco como los grandes. El texto puede consultarse en: https://portalciudadano.com.mx/conoce-y-aprende.html y en https://bit.ly/3oUVANH

Quede aquí manifestada, entonces, mi satisfacción; y quede manifestada también mi fidelidad a aquél deber al mismo tiempo cívico y político inoculado por mi abuelo y por mi padre, que ahora comprendo aún mejor al poder darme cuenta de la importancia que la existencia clara y firme de un líder político tiene para una causa social, para un movimiento político y para la historia.

 

* Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión