Cuántas cosas quisiera decirles a mis hijos, cuando los veo atorados en situaciones que exigen un mayor esfuerzo para resolverse y no ceder a la tentación de darse por vencidos, o caer en lo que llaman procrastinación, que no es otra cosa,que sacarles la vuelta a los problemas intentando que se resuelvan solos.

Recuerdo que, aun siendo niña, en muchas ocasiones se me acusaba de ser muy necia o terca, porque no me daba por vencida hasta obtener lo que quería.

Parece algo fastidioso para los adultos tener en casa a una chiquilla así, y, sin embargo, puedo asegurarles que eso se transforma en un poder interior supremo, como resultado de entrenar la voluntad, de insistir y resistir.

Tengo que poder, me decía y me repetía. Tengo que poder. Eso implicaba un esfuerzo de reflexión y análisis y de toma de decisiones, de intentar, de acertar y fracasar en algunas veces, pero, sobre todo, de asumir como un reto la exigencia de buscar otras alternativas hasta lograr lo que buscaba.

Cuando veía que todos decían que no era posible, entonces se despertaba en mi algo, que no se como llamarlo, pero empezaba a construir todo un plan de acción, no me sentaba a llorar ni me embargaba un sentimiento de frustración que me llevara a la resignación. Al contrario, sentía una luz que me llamaba a reflexionar, a ver despacio y a construir una ruta para hacer que todo coincidiera.

Algo me movía y me impulsaba a pensar. Pero no solo eso, me exigía tomar acción. No podía quedarme quieta. Si lo hacía era solo de momento, para darme la oportunidad de desahogarme y si, llorar tal vez un poco, cuando topaba con pared, pero siempre me decía que, si una piedra se atravesaba y era demasiado grande, solo había que rodearla, sino tenía suficiente fuerza para moverla del camino.

Tengo que poder. Tiene que haber una solución, me repetía. No tenía prisa, recuerdo. Me tomaba el tiempo para ir poco a poco, construyendo los escenarios necesarios para llegar. Así fui alcanzando uno a uno los objetivos en mi vida. Como jugando a resistir. Tomando como un reto los “no se puede”, el “acéptalo así es y ni modo” y entonces respondía: Tiene que haber modo.

Me gustaba tener en mis manos el poder de decidir por mi misma lo que hacía y sobre todo la conciencia de por qué lo hacía. Cuando conseguía lo que quería, llegaban a calificarme como fría y calculadora, porque veían que tarde o temprano, mi esfuerzo tenía resultados.

Cuán necesario entrenar la voluntad y el carácter para perseverar. Aprender a resistir los contratiempos como parte del proceso, no como un fracaso que pone fin a los sueños, sino como un desafío para nuestra inteligencia y nuestra capacidad imaginativa.

Asumir la responsabilidad como padres de orientar ese ímpetu innato en la infancia sería lo ideal, para no cegar, domesticar o doblegar el espíritu y la iniciativa de nuestros hijos; moldear el temple y el carisma tal vez, pero no tratar de imponer en aras de una buena educación, patrones que les resten entereza y firmeza, que les anulen la voluntad.

Por otra parte, veo con tristeza como las nuevas generaciones desisten y caminan sin rumbo definido,intentando e intentando, sin disfrutar el esfuerzo dirigido hacia objetivos que dan sentido a su vida. Cambian de rumbo cuando se les presentan complicaciones que exigen respuestas que solo en su interior encontrarán, no en medio de las confusiones que resultan de escuchar tantas voces a la vez, tantas opiniones, tantos “consejos” que vienen delexterior.

Intentando resarcir tal tal vez lo vivido, todo se les ha dado. Todo les ha sido fácil. En nuestro afán de prepararles el camino para evitarles sufrimientos, hemos impedido quefortalecieran sus alas antes de romper el capullo y su esfuerzo por levantar el vuelo, ahora es mucho mayor. El resultado desgraciadamente, ha sido contrario a lo esperado, y peor aún, sin nuestro apoyo, se sienten inseguros, frágiles.

Y tristemente, esa actitud, consciente o inconsciente, de aplazar la toma de decisiones que les requiere mayor empuje y coraje, implica en muchas ocasiones la pérdida de oportunidades importantes por no tener visión de futuro, por no estar en el aquí y ahora, por dejar para mañana todo, sin tomar riesgos y asumir consecuencias, cuando se exige hacer un control de daños y asumir lo aprendido dolorosamente,como algo que servirá para mejorar lo hecho.

Cuánta razón existe en las palabras de Susan Gale, pintoracanadiense, cuando dice, “a veces no te das cuenta de tus propias fortalezas hasta que te encaras con tu mayor debilidad”.

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