Sí, el cielo está gris, y el viento frío anunció la llegada de la lluvia, y de pronto, me veo aquella tarde, observando a través de los postigos abiertos de la pesada puerta de madera a la entrada de la casa grande; y mientras escucho el resoplido de la respiración de mi abuelo Virgilio, que duerme plácidamente sobr la cama de su habitación, con su sombrero colocado en su cara para que no llegue a sus ojos la luz del sol que entra por su ventana, escucho también el golpeteo de las gotas de lluvia sobre el techo de lámina; mientras tanto, mi abuela se encuentra en la tienda de abarrotes, vendiendo el pan para la merienda, y espera un poco ansiosa, la llegada de la tía Chonita para que haga el relevo, pues se retrasa para poner el café y cumplir así con la tradición de la merienda.

Cuando la veo venir caminando con mucha cautela, para evitar resbalarse, veo cómo apenas asoma del chal azul marino, su bello rostro marcado por el tiempo; en sus manos se puede ver la bolsa con el café, que recién ha molido en la tienda.

Al aproximarse a la puerta, la abro para darle paso y después la sigo hasta la cocina, sorteando la oscuridad de las dos habitaciones contiguas; saca la olla de peltre, le pone el agua, la deja hervir y después deposita el café, al poco rato y al estar hirviendo, las pequeñas burbujas que se forman con la ebullición, van liberando aquel delicioso aroma que invita a sentarnos a la mesa, porque, pasado un rato, le daremos gusto al paladar saboreando la infusión, acompañada por una concha recién horneada. Y habiendo aún claridad y después de saciar el hambre vespertina, el golpeteo de las gotas de lluvia sobre el techo de lámina, me invita a recorrer cada una de la habitaciones, como para que aquella oscuridad y el olor mezclado de humedad con café, llegase lo más dentro de mi ser, como para que nunca fuese olvidado.

¿Qué buscaba en aquel rincón de la casa grande donde confluían los materiales de sillar, madera y lámina? ¿Qué observaba en aquel plano, donde el espacio entre el techo y el piso de madera del tapanco terminaba en aquel reducido entorno de difícil acceso? ¿Quién construyó y cuándo, aquel enorme mundo de mi niñez, donde cada día descubría algo nuevo, donde posiblemente más que circular el aire enrarecido, paseaban las almas, que como yo, se habían enamorado de aquella casa, de los abuelos y de aquel maravilloso pasado que jamás volvería.

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