De niño, mi madre siempre me aconsejaba que no me fuera a la escuela sin estar presentable, y eso aplicaba también a cualquier salida a la calle, ella decía que nunca olvidara tres cosas en mi arreglo personal: peinarme, fajarme bien los pantalones y asear el calzado; como era de esperarse, estas tres cosas, las llevó a cabo ella por mí, durante varios años, hasta que aprendí, y aunque aún batallo para hacerme el apartado en la cabeza, de vez en cuando se me sale la camisa por fuera del pantalón o mi calzado no alcanza el brillo deseado, procuro seguir esa regla de oro para verme impecable; de hecho, recuerdo  que siendo un adolescente, al visitar alguna casa de algún amigo, su madre me ponía de ejemplo, lo que por cierto me ganaba un reproche de parte de mis cuates; lo mismo si iba a una fiesta, no faltaba quien dijera: éste siempre anda muy prendidito, no lo vayan a despeinar o a manchar porque le pega su mami. En la secundaria en alguna ocasión me quitaron los zapatos y casi los cuelgan de unos alambres de luz. La verdad me empecé a cansar del bullying y en prepa  como aún estaba de moda la onda hippie, me empecé a dejar el pelo largo, usar pantalones acampanados y camisas algo llamativas, zapatos de ante tipo mocasín, en fin, eso me valió por un tiempo y la raza dejó de burlarse por ser el figurín. Cuando llegué a la universidad con la misma moda, no faltó un maestro que me la sentenciara, alguna vez uno de ellos me dijo que me burlaba de él al traer el cabello largo, porque el acusaba una calvicie notoria, me tranquilizaba el hecho de que otro compañero de Cd. Victoria, también lucía su cabellera larga y a los dos nos agarró de carrilla el profesor, al grado que logró frenar nuestro desempeño en su materia.

Me acordé de la importancia de los consejos maternos y del significado de la presentación personal para tener una buena aceptación en sociedad, asumiendo la veracidad del dicho popular que cita: Como te ven te tratan, en fin, seguramente a muchos como a mí, en tiempos de la pandemia de Covid-19, poco a poco fuimos haciendo un lado la importancia de estar bien presentado, de pronto dejé de vestirme con ropa de calle y me fui acostumbrando a sólo vestir con ropa sport y uso de tenis, me empezó a dar flojera rasurarme, y  en ocasiones hasta peinarme; de hecho casi no me veía al espejo, pero cuando llegó la Semana Santa, mi mujer me dijo: Oye ya rasúrate, pareces un discípulo de Cristo,  me fui a ver al espejo y me dije: Por qué no, mi moda está muy acorde a los días santos, me rasuraré hasta después de los sagrados días, y nada, que se fue pasando el tiempo. Un día me puse a buscar alguna gorra o sombrero para no verme tan despeinado y resulta que encontré una boina, me la puse unos días y de nuevo me dice mi esposa: Oye, ya rasúrate, con esa boina te pareces al Che Guevara; me fui al espejo y me dije: tiene razón mi mujer. ¿Estaré teniendo una regresión en el tiempo? De hecho, en tiempos de la mencionada emergencia sanitaria, una de mi hija se comunicó por video conferencia y al contestarle me dijo: Señor, me puede pasar a mi papá.

Actualmente retomé los consejos de mi madre sobre el estar siempre presentable, pues he tenido la satisfacción de que los que me conocen desde hace tiempo han visto en este buen hábito una tarjeta de presentación personal.

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