Uno de los libros más extraordinarios que he leído en mucho tiempo sobre filosofía política es “La prudencia en Aristóteles”, de Pierre Aubenque, en donde se nos dice que la naturaleza trágica del modo griego de entender a la política es el elemento que explica el hecho de que el político, en el límite, no puede aspirar a ser un hombre Justo, sino que sólo puede aspirar a ser prudente, siendo la prudencia, de manera general, la traducción latina (prudentia) del griego frónesis, que significa algo más o menos como sabiduría práctica o capacidad de decidir.

Algo muy similar a esto es lo que también plantea Castoriadis en “Sobre el Político de Platón”, cuando dice que lo que define al político es la resignación, en el sentido de que hacer política supone la renuncia a algo o la mezcla de lo diverso, haciendo imposible que existan formas puras o perfectas de gobierno; la política es entonces una suerte de resignación prudente y práctica marcada, en correspondencia, por el consenso.

Y esta es para mí la característica que define el perfil de Adán Augusto López Hernández (1963), el tercer aspirante a la candidatura presidencial del que hablaremos. Se trata de un hombre de consensos; un político prudente que ha mostrado tener el carácter y visión para encontrar los equilibrios fundamentales para que el sistema político fluya en su dialéctica en una fase tan compleja como la actual administración, caracterizada por una serie de reformas generadoras de tensiones considerables en la oposición y que ha encontrado en López Hernández un interlocutor de gran habilidad y márgenes para hablar con todos tanto al interior de la coalición como fuera de ella.

Formado como abogado por la Universidad Autónoma del Estado de Tabasco y en Francia, donde estudió posgrados en Derecho Comparado y en Ciencias Políticas, Adán Augusto López tuvo una militancia inicial en el PRI tabasqueño para sumarse luego a la corriente histórica del Frente Democrático Nacional neo-Cardenista en donde se refundirían las diversas generaciones de la izquierda mexicana, habiéndose movido luego tanto en la plataforma del PRD como de Morena, a donde ingresara en 2014.

Ha sido diputado local, federal y senador de la república, además de haber gobernado su estado de 2019 a 2021, año en el que sustituiría a la magistrada Sánchez Cordero en la Secretaría de Gobernación.

‘En política hay instrucciones, pero no un manual de instrucciones’, le ha dicho Adán Augusto López al presidente López Obrador en su carta de renuncia como secretario de gobernación, añadiendo que muchos ‘aprendimos a ser militantes de base, dirigentes partidistas, diputados, senadores, delegados, activistas, juristas, comunicadores, y por qué no, hasta gobernadores y secretarios’, aludiendo precisamente a esa naturaleza incierta y movediza de la acción política en la que en cada momento todo hombre o mujer dedicada a esta labor tiene que evaluar y decidir a cada instante, buscando encontrarle rumbo y certidumbre a lo que de antemano no necesariamente los tiene sino hasta que el político, con su actuar, se lo va dando sobre la marcha.

Ubicado en una postura de izquierda nacional-revolucionaria y popular, Adán Augusto López Hernández se autodefine como hombre de pocas palabras. De ganar la elección interna de Morena y, posiblemente, la presidencia de México, sería el segundo presidente proveniente de uno de los estados más intensamente políticos del país, Tabasco, de donde proviene una estirpe poderosa de grandes líderes sociales y políticos encabezada por Tomás Garrido Canabal y que llega hasta el presidente López Obrador.

El laboratorio de la revolución, dijo de Tabasco el general Lázaro Cárdenas. De consumarse un triunfo de Adán Augusto se confirmaría entonces la idea de que al final de cuentas sí vino a ser Tabasco el laboratorio, pero de la revolución democrática de México, que es lo que para mí significa la llamada Cuarta Transformación.

La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión