Tócame con el suave viento que anuncia tu llegada, tócame, aunque pareciera no estar cansado, porque este añoso cuerpo mío, que ahora que semeja un viejo molino, requiere de la dulce fuerza de tu amor y tu alegría, para generar la energía que tanta falta me hace para empezar el día, sobre todo, cuando el peso de la nostalgia me acompaña al ver la soledad del alma mía.

Toca la árida piel de mi cara, para que desaparezca el rictus de la tristeza que refleja, para que esta mirada mía que se pierde en el horizonte, esperando pacientemente tu llegada, despida al sol por la tarde y le dé la bienvenida con el alba; toca el cabello de la testa mía, para simular que se agita cuando mis brazos se convierten en alas y pareciera que estoy volando alto, allá en los cielos donde te estoy buscando.

Toca mi cuerpo y muévelo, que el peso de lo no resuelto y me incomoda, se vaya desprendiendo, para que mi viaje sea veloz y más liviano, para que no sea en vano el anhelo de encontrarte, ya sea en el paraíso o en el florido llano de las ilusiones extraviadas.

Tócame con la suave caricia de tus divinas manos, para que desaparezca el dolor provocado por tanto esfuerzo, que aseguran siempre estuvo equivocado, aunque yo sintiera, que con él alejaba de mi vida el lado oscuro y buscara desesperadamente ser iluminado por tu amor que todo lo redime y en amor convierte, aunque la noche sea obscura.

Tócame con tu espíritu, y llegue a mí tu divina misericordia, porque seguro estoy, que tú, Jesús de Nazaret, mi amado Dios y mi maestro, de antemano habías escrito la historia de este tu eterno aprendiz de discípulo para ser de tu palabra un humilde misionero.

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