No mido tu sonrisa con el instrumento que define el agrado o el saludo inesperado, sino por el grado de emoción que refleja, no sólo la satisfacción de un encuentro fortuito, que descubre en mí, que estoy enamorado.
Y qué decir del lenguaje callado de unos labios más que rojos, que ponen en evidencia la ansiedad por ser besados, y que de la mirada directa, pero bien intencionada de mis ojos, que sin decir una palabra, se rinden al antojo de besar tus labios por estar desesperados.
Y si por ser un romántico perdido en la fantasía de mis pensamientos locos, no creyeras en lo hoy te digo, pregúntale al espejo, por qué al mirarte, igual tu rosto refleja el amor que sientes y que te ha rejuvenecido.
Tímida y sutil caricia de mis manos, distancia tan cercana que parece una eternidad para llegar a tocar tu cara, para sentir el calor que emana de la pasión que se reprime, por pensar que el amor envejece, igual que envejece el alma.
El amor… de eso quisiera convencerte, que de estar a tu lado y no sentirte, me tiene ahora pensativo y triste, mas no resignado a perder las hojas como las pierde un árbol cuando el otoño anuncia la próxima llegada del invierno, porque si el árbol permanece de pie y aunque muy callado, es porque sabe, que el invierno despiadado va de paso, y de nuevo el amor sublime, hará el milagro de sentirse más que vivo, agradecido con Dios por lo mucho que le ha obsequiado.
Estoy aquí, no se te olvide, y estoy por ti, aunque digan lo contrario, la felicidad sin el ser amado, resulta ser un mal chiste de quienes tratan de justificar que el hombre sólo necesita del hombre para sentirse vivo, y que el amor es una ilusión de tontos, de corazón débil y apagado.
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