Se dice fácil, pero no lo es, abrir las manos para soltar todo lo que ha iluminado la oscuridad de lo impensado, desatar los nudos del yo nunca, dejar ir los miedos infundados, para ocultar la verdadera naturaleza de tu ser.

¿Acaso no está hecho el hombre y la mujer de emociones? Algunas son tan libres como el albedrío, otras se encuentran encadenadas por la negación de saberse vulnerable, al comprobar, que el escudo que protege tu integridad de la adversidad, resulta ser también de carne y hueso, como lo es en sí todo tu cuerpo.

Dios te ha dotado de un centro de inteligencia, que es una fuente de la luminosidad para descubrir o encontrar todo lo visible, para que si así lo deseas puedas evitar tropezar, más, si decides caer por propia voluntad, el dolor que sufrirás te mostrará el camino para comprender que sólo tú eres el generador de tu castigo que definirá tu destino, y en la cicatriz que quede de la experiencia vivida, no olvides valorar, si lo que te ocurrió, fue para tu bien o para tu mal, esto te permitirá encontrar la puerta que aparentaba no existir por verse afectado temporalmente, mientras tu mente le daba claridad y despejaba la bruma incipiente que la ocultó de tu vista y de tu mente; no olvides que siempre habrá otra oportunidad para encontrar la salida de lo que parece ser el final.

Abrí mis manos, extendí y elevé mis brazos, se los mostré al cielo que como agua cristalina parecía reflejar mi imagen en lo que parecía un espejo y la luz que evidenciaba tu presencia, gran Señor, cubrió la piel de mis extremidades superiores con las plumas de las alas de los que de tanto caminar se olvidaron de volar; ángeles serían con la orden superior de ayudar al mortal, para recuperar su calidad de hijos de Dios en la tierra.

Se dice fácil, pero no lo es, difícil es el recuperar esa sensación de bienestar, producto de la fidelidad y la obediencia, que han ido diluyéndose por no considerar al que trajo al mundo la buena nueva, de que seríamos perdonados del pecado original, para ser salvos de espíritu y así poder gozar de promesa de la eternidad.

Abrir las manos y volver a cerrarlas, teniendo entre las mías las manos tuyas, amándome conociendo mis debilidades e imperfecciones. ¿Acaso es imprescindible pecar para poder ser perdonados? ¿Y si fueran setenta veces siete, hasta aprender, en verdad, lo que es el amor?

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