Hoy quiero reflexionar en la necesidad del salario de la mujer en la economía de la familia.
Es incuestionable como se redujo la capacidad de compra en los últimos años, y el ingreso del hombre no es suficiente para cubrir todas las necesidades, de ahí que la decisión de incorporarse al mercado laboral ya no depende solo del gusto por estar participando activamente en un mundo ajeno a las tareas del hogar, sino en la urgencia de completar el gasto.
Según estadísticas del Banco Mundial de 2012, a nivel global la aportación del trabajo femenino representó el 30 por ciento en la disminución de los niveles de pobreza de América Latina y el Caribe.
Quizás no encontremos mejor ejemplo de esto, que el que observamos a nuestro alrededor, familias enteras donde la presencia de una mujer ha sido su sostén. “Matronas” les decimos. Fuertes, incansables, decididas a sacar adelante a sus hijos.
Cientos, miles, millones de mujeres mexicanas que desde temprano salen a cumplir con una jornada laboral de 8 o más horas y, no obstante, siguen siendo responsables de realizar las tareas tradicionalmente vinculadas a sus cuidados.
Lo mismo hacen el aseo de la casa, que atienden la organización de la ropa o la preparación de los alimentos, que llevan o traen a los niños de las guarderías o los centros escolares.
Nadie entiende como conjugan en su hacer todos los días los roles de esposa, madre, empleada o ejecutiva, según su responsabilidad en el trabajo y ama de casa, como alcanzan sus fuerzas para atender con la misma responsabilidad y compromiso cada una de ellas.
Este esfuerzo callado, también implica un ahorro muy grande en la economía familiar, tanto que hay sectores de investigadores dentro del área de las finanzas que destacan en primer lugar, la escasa o nula remuneración económica que recibe por este trabajo, insustituible por demás, para el buen funcionamiento de la familia, sobre todo en la transmisión de valores y la formación de los hijos.
El INEGI, Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en el 2011 informó que las mujeres mexicanas que realizaban labores domésticas o que eran responsables de la atención y cuidados a personas adultas, o discapacitadas en el hogar, contribuían con 41,100 pesos anuales para cubrir las necesidades familiares.
Sin lugar a duda, hoy en día, es la mujer la que sobrelleva el mayor peso en el hogar, sobre todo cuando además de cumplir con la responsabilidad de un contrato de trabajo, lleva en sus hombros la organización, limpieza y mantenimiento de la casa, y principalmente, la atención a los hijos, adultos mayores o personas con alguna limitación física o mental.
Son pocos los varones que preparan los alimentos, recogen las camas, lavan o planchan la ropa, cuidan a los bebés, o a los ancianos; aunque hay que reconocer que cada día son más, los que apoyan con las compras, los pagos de servicios, la atención del automóvil o reparación de artículos electrodomésticos y sobre todo, los que se acercan a sus hijos.
Es en esos momentos cuando parece que se pierde la paciencia, que en la familia es importante practicar la solidaridad, la voluntad de colaborar, de apoyar al otro, sin esperar nada a cambio, sin sentir que estamos ayudando, sino compartiendo una responsabilidad común, por la simple satisfacción de hacerlo y haciendo a un lado nuestro propio cansancio.
Dar el ejemplo a los hijos y tomar la iniciativa de poner cada cosa en su lugar, de hacer más armoniosa la convivencia entre los hermanos, de evitar la competencia y la comparación y de caminar juntos en la gran tarea de formar una familia. Detenernos a pensar en los demás, en sus necesidades y carencias, de aportar al bien común. De apoyar a la mujer en su carga de trabajo.
Dejar para después el celular y los amigos, el futbol o el ajedrez, la carambola o los dados. Es estar presente, codo a codo, hasta el final de la jornada.
Bañar niños, o dar de cenar, recoger la mesa o lavar los trastos, se están convirtiendo en tareas de ambos. Atrás están quedando el te toca, o me toca.
Ya desde la antigüedad Homero, filosofaba diciendo: “Llevadera es la labor cuando muchos comparten la fatiga”, sobre todo cuando la misión es la formación de una familia.
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