Cuando en algún momento nos damos el tiempo de analizar la historia de la humanidad, nos remontamos a los inicios de nuestra especie, aquella etapa que los antropólogos estudiosos llaman el comienzo de nuestra evolución.

La revolución cognitiva se dice ocurrió hace unos 70,000 años, donde el homo sapiens tuvo que pensar para subsistir y empezó a ser cosas especiales, pues se dio a la tarea de explorar cada detalle de su entorno para poder aprender, memorizar y comunicar.

La revolución agrícola, hace aproximadamente 12 mil años, que al poner el hombre y las mujeres en práctica sus habilidades adquiridas, logró realizar grandes recorridos por el mundo, nos referimos a la etapa de la historia, conocida como “el cazador recolector”. Su gran propósito se dio al manipular la vida de unas pocas especies de animales y plantas, logrando tareas que más tarde proporcionarían frutos, grano y carne, principalmente en Oriente próximo, China y América Central. Sin embargo, la gran tarea de memorizar y procesar la información no es un asunto actual, podemos transportarnos a los citados periodos y comprender a lo que fue capaz de adaptarse nuestro cerebro humano.

De esta manera, en nuestro caminar por la historia, al final de la revolución agrícola, hizo posible la formación de culturas, que poseían su propia visión del mundo, un sistema de disposiciones sociales, sus creencias mitológicas –que fueron una parte esencial para nuestra evolución como especie- y otras costumbres más.

Más tarde, durante la revolución científica, que data de unos 500 años, pudimos atestiguar los grandes adelantos que logró el poder humano, ocurrió de forma acelerada, sin precedente alguno, luego entonces, cabría la pregunta: ¿si pudiéramos observar desde lo alto, el avance que ha tenido la humanidad en el paso del tiempo sería congruente con el tiempo transcurrido? Revisemos la siguiente tabla:

 

 

La población humana se ha multiplicado por 14, la producción por 240 y el consumo de energía por 115, el análisis mostrado, nos demuestra que dichos factores han crecido aceleradamente.

Ahora bien, en la actualidad estamos inmersos en un desbordante flujo de información que nos acecha a cada momento, y que la mayoría de las veces no leemos y no sabemos qué hacer con ella.  El historiador Yuval Noah Harari de origen israelí, nos dice que “los flujos de datos de cualquier fenómeno está determinado por su contribución al procesamiento de datos”. En efecto, los humanos nos hemos convertido en algoritmos biológicos y los científicos informáticos han aprendido a producir algoritmos electrónicos cada vez más sofisticados. El llamado “dataísmo” une ambos conceptos y es capaz de que las mismas leyes matemáticas sean aplicadas tanto a los algoritmos biológicos como a los algoritmos electrónicos. De tal manera que, el dataísmo, está logrando hacer que la barrera entre humanos y maquinas se desplome, pues los algoritmos electrónicos son capaces de procesar una ilimitada cantidad de datos que nuestro cerebro no es capaz de lograr.

Los dataístas se han mantenido escépticos ante la inteligencia y la sabiduría humana, y prefieren poner su confianza en los algoritmos informáticos, se podría utilizar los algoritmos para organizar la información, después de todo, vale mencionar que nunca un país, un estado, o un municipio se imaginó tener tanta información de lo que ocurre en el mundo, que, además, resulta imposible procesar los datos con suficiente rapidez.

Ahora me refiero a Sthepen Hawking, con una gran pregunta y una respuesta breve: ¿Nos sobrepasará la inteligencia artificial? La economía, la política, la astronomía, la música, entre otros temas, les ha convenido utilizar los algoritmos electrónicos para el eficaz procesamiento de datos, lo cual nos advierte que en los próximos cien años la inteligencia artificial superará por mucho a los humanos. Hasta ahora, usada como una herramienta, la inteligencia artificial podría aumentar nuestros conocimientos y lograr avances en cada área de la ciencia y la sociedad. El riesgo es, que, al diseñar cada vez mejor la inteligencia artificial, esta sea capaz de autodiseñarse y superar a los humanos en corto tiempo y a un ritmo cada vez mayor, los humanos estamos limitados por la lenta evolución biológica, no podríamos competir con ella y seriamos superados.

En consecuencia, en la actualidad los humanos hemos llegado a un nivel muy alto de compresión, y esto se debe en gran parte, a la búsqueda del conocimiento que nos caracterizó en nuestro inicio, pues para subsistir tuvimos que conseguir aprender, memorizar y comunicar.

De tal manera que, al investigar cualquier religión tradicional, todas, sin excepción, te dicen: “cada una de tus palabras y acciones forman parte de un plan cósmico”, Yuval Noah Harari señala que lo mismo ocurre con el dataísmo, la religión de los datos, de pronto, conectarse a un sistema “se convierte en el origen de todo sentido”, tus proyectos, actos y sentimientos forman parte de un gran flujo de datos que los “algoritmos observan y les importa lo que haces y sientes”. El pertenecer a ese “flujo de información” te hace sentir que formas parte de algo mucho mayor que tú, aun cuando en realidad solo representes un pequeño chip, en un ciber mundo totalmente alejado a la realidad.

Respecto al humanismo -expresión que nació en el Renacimiento siglos (XV al XVII)- Yuval Noah Harari nos comenta en su libro “Homo Deus” que está basado en “que las experiencias ocurren dentro de nosotros mismos y deberíamos buscar en nuestro interior el sentido de todo lo que ocurre, para así difundir sentido al universo”. Contrariamente, los dataístas afirman: “las experiencias no tienen valor, si no con compartidas”.

 Nuestro mundo está cambiando radicalmente, y no hay forma de detenerlo.