Era un patio muy grande, al que llamaban solar, sería porque el sol filtraba sus rayos a través de las ramas de los árboles frutales que habían sido sembrados pidiéndole permiso a la tierra, y que habían sido regados con el sudor de la frente de aquél que vivía el presente y creía en el futuro.

Era un patio muy grande al que llamaban solar, donde el yo niño que hay en mí, no debía ir más allá sin permiso de su miedo interior, por temor a perder de vista la casa grande donde habitaba el noble linaje del cual procedía.

Era una piedra muy grande en medio del patio llamado solar, tal vez fuera la cima de una montaña que yacía enterrada desde el ayer, cuando el inmenso mar cubría la faz de la tierra; y mi figura de niño y mi espíritu, permanecían sentados y callados, sintiéndose tan alto, sin despegar los pies de la tierra.

Era una voz que decía, que el sentarse en la cima era como estar en el cielo, muy cerca del que todo lo puede, del que todo lo ve, del que escucha el silencio de quienes hablan con Él para sanar sus heridas.

Era un poder infinito, que iluminaba como sol todos mis días, el que guía mi mano y escribe, para decirle al hermano, que todo se va a resolver, que está tan cerca de ti, que está tan dentro de mí, y que pronto ha de volver y todo volverá a renacer.

Era un patio tan grande, que no tenía principio ni fin, una voluntad poderosa que mueve montañas, que despierta conciencias, que invita a todos a sus huellas seguir.

Era algo que yo no entendía, pero que sí percibía, para dar testimonio de una nueva vida que está por venir.

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